lunes, 6 de diciembre de 2010

Poema a la muerte de un cinco de diciembre.

Muy lejos de aquí un dios construyó un océano

Fundió con sus dedos la plata y las lagrimas saladas.
Extrajo de las aves gotas de hiel incandescente.
La amargura emergió de las grietas de la tierra
Y un río de tristeza sepultó las nubes grises
Trasformándolas en copos de silencio.

Aquel océano de mercurio emergió en búsqueda
De bosques solares. Guió las sombras y el hedor
De los cóndores de luto. El sol se envenenó con
Un Aqueronte de escombros humanos. Nadie supo jamás
Hacia donde se dirigían aquellos hijos de la tierra.
Tan solo recordamos, con amargura, que sus tumbas
Fueron cavadas en la tierra de los recuerdos ensangrentados.

Hasta los árboles tiemblan cuando su padre muere.
Gritan y reclaman por el dios sol
Padre del bosque y del océano
Dueño del helor y la clorofila
Mientras bajo sus pies la tierra se disfraza de ventisca.
Mientras su lenta agonía se trasforma en el punzante
Grito de una estampida de rocas asustadas.

¿Donde refugiarnos de un océano de lágrimas abismales?
¿Quien podrá callar los gritos del tornado y la tormenta?
¿Quien alimentará a los huérfanos solares?
¿Encontrarán paz los hijos de la tierra en el útero
De su triste y acongojada madre?

¿Qué será de nosotros? Susurran los árboles
Y los hombres agonizantes
Mientras respiran la muerte
Entre la oscuridad de los escombros.

El Desheredado

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