sábado, 19 de abril de 2014

Por Jairo Oliveros Ramírez. 2 Recordando a José Eustasio Rivera



 



“Mi corazón, liberado del peso de la inquietud, comenzó a latir ágilmente. Ya no me quedaba otra congoja que la de haber ofendido a Alicia, pero cuan dulce era el pensamiento de la reconciliación, que se anunciaba como aroma de sementera, como lontananza del amanecer. De todo nuestro pretérito sólo quedaría perdurable la huella de los pesares, porque el alma es como el tronco del árbol, que no guarda memoria de las floraciones pasadas sino de las heridas que le abrieron en la corteza. Pero, cuitados o dichosos, debíamos serlo en grado sumo, para que más tarde, si la felicidad nos apartaba por diversos caminos, nos aproximara el recuerdo, al hallar abrojos semejantes a los que un día nos sangraron, o perspectivas  como las que otrora nos sonrieron, cuando teníamos la ilusión de que nos amábamos, de que nuestro amor era inmortal.” La Vorágine, Bogotá, Ancora Editores, 1997, pág 85

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