Andan
por ahí algunas palabras que para muchos tienen ese tono del insulto, de la
desgracia; palabras que ridiculizan. Palabras que se van escuchando por ahí,
que van rodando de calle en calle, de boca en boca; palabras que dan rienda a
los impulsos y que se suelta por ahí. Palabras que causan escozor, vergüenza y
que están relacionadas con personas que
desempeñan un oficio pero que no están avaladas por el sistema o la academia.
Son palabras que se refieren a personajes de la vida pública y se usan para referirse
a quienes practican conocimientos que son dudosos porque no los respalda una
marca, un sello, la academia. Pero hay quienes se creen propietarios de esas
palabras.
Y
hay dos palabras que me llaman bastante la atención por su grandeza, por ese aroma
ontológico que se levantan desde sus escombros, o más bien desde el pasado y
que son al mismo tiempo un desafío social. Son palabras altaneras para los
encopetados del lenguaje, para los puristas. Sin embargo, estas palabras ya
incursionaron en nuestro medio para enriquecer nuestro lenguaje y que se van
purificando con el tiempo. Esas palabras se utilizan para el insulto, para
desafiar y retar al oponente. Pero hay algo detrás de esas palabras: la
sabiduría, el conocimiento social, político, terapéutico, ancestral entre
otras, y ellas son: guaricha y tegua.