martes, 12 de enero de 2010

cosas extrañas


Manual para nacer.


Naciste. Tienes un padre y una madre. Desde que aprendes a reconocer las formas, es fácil distinguirles; son como señales de transito en la multitud, como puntos de apoyo en medio de la nada. Si por casualidad, naces sin ellos (como yo) déjame aclararte que tu mente, siempre lista, aun en contra de tu estupidez, te proveerá de figuras paternas y maternas. Los hombres extienden este simbolismo hasta sus instituciones, que no son más que una expresión burocrática de su soledad. El mundo, de algún modo, actúa solo, y te decide un destino, al que no puedes oponerte, al que estas condenado por gracia del vicio que tu representas, y que llamamos humanidad. Cuando te asuste la nada, deberías cruzarte de brazos, y permitir que tu cuerpo actué solo, pues posee instrucciones precisas para ello. Cuando dibujes las nubes, recuerda que son blancas como la leche (pero como todo niño, estas condenado a dibujarlas azules, por mediocridad; el color blanco del papel te inhibe de soñar con algodón, con nubes, con la baba de los perros rabiosos, y con la leche que emana de los senos. Si pintas las nubes verdes, o moradas, te creerá un loco, y te arrojaran al aislamiento. Es la primera lección que te dará la vida. Trata de comprender a aquellos que se parecen a ti por que su ausencia y su desprecio, son ligeramente más dolorosos que su compañía. Desde el principio estarás atado a la necesidad y al llanto; desde mucho antes de que poseas la palabra, poseerás la rabia, la desesperanza, el grito y las lagrimas, representación física de la necesidad. Vivirás una vida presa de las necesidades, de la ausencia del todo. Descuida. No faltaran excusas para llenar ese vacio. Desgraciadamente, nada bastará para liberar al éxtasis. La felicidad es momentánea. La insatisfacción y el hastío serán tu forma de existencia. Exigirás un oficio, una distracción, un merito que te de de comer y distraiga el insípido trascurrir de los días, la violenta sensación de vértigo que resulta de permitirle a tu mente vagar por las ideas sin ningún prejuicio, sin ningún control. La razón ahogada en la nada podrá convertirse en tu enemigo si no haces algo útil con tu inteligencia. Le temerás al ocio, padre de tus miedos, señor de los recuerdos amargos, y de tus ratos de soledad y llanto.

Sufrirás de una inevitable adicción a lo absurdo. Todo porque la conciencia es una carga, y te encanta librarte de la dolorosa responsabilidad de pensar, de respirar, de sentir.


Inutilidad mental. Una sensación embriagadora. Liberarnos de nuestras preguntas. Ataraxia, paraíso de los hombres, utopía de los drogadictos y de los ebrios.
Si existe un hombre en el mundo que merece la muerte, no hay otro que no la merezca. Los prejuicios son las únicas armas que nos autorizan para el odio, para el privilegio ambiguo de la brutalidad y el asesinato. Sin el prejuicio, todo intento de justicia es inútil, banal.
Quizás lo único maravilloso y verdaderamente sagrado se esconda detrás de la cotidiana manía de vivir, levantarse todos los días y persistir en el hecho de vivir. Curiosamente, aunque le debemos la vida a la naturaleza, cualquier culto panteísta es denominado “primitivo” por el contrario, cualquier artilugio antivital, cualquier dios de papel es denominado “civilizado”
¿De donde proviene el desesperante deseo de vivir? Indudablemente del temor de la nada. Cuando recordamos, cuando viajamos al pasado en nuestra memoria, y reconocemos los instantes que preceden a nuestra existencia, nos chocamos contra la nada, y sufrimos. El pánico devora nuestra conciencia, nos atrapa entre la infinita sensación de tedio que nos produce la ausencia de sensaciones, la quietud de la muerte, esa muerte imposible.
Los hombres odian el ateísmo porque odian el vértigo de descubrirse arrojados a la nada sin ninguna justificación. Prefieren el indulto del milagro a la cotidianidad del azar, a la ineficaz y poco espectacular certeza del silencio, maravillosa religión de los corazones rotos.
En secreto, todos los hombres saben que la muerte es la única respuesta valida para todas las preguntas.
Aunque no hay nada en el mundo que no posea las características de un milagro, nada podría liberarte del hastío. El suicidio demuestra que un mundo, con todas sus posibilidades, es incapaz de drogar a un alma insatisfecha con felicidad.

Un día nefasto, ya olvidado, los sacerdotes descubrieron un deseo incrustado en la conciencia de los hombres, reconocieron una sed de lo metafísico, una necesidad divina de paz y equilibrio con el cosmos. Reconocieron que existía una resistencia la superficialidad y que necesitaban darle un contenido sagrado a sus necesidades, a su rutina. Un equilibrio a su brutalidad genética, a su animalidad corrosiva enriquecida por la inteligencia, por la superioridad de la herramienta y el cerebro. Descubrieron el alma, la originalidad de lo estándar, lo especial que el individuo tiene y que sin embargo, lo une a la multitud. Lo describieron en si mismos como un vacio constante en el estomago, como una necesidad de lo imposible. Una cura para el vacio, si, describieron y comprendieron el alma como la respuesta al vacio.


Y desde entonces tratan de llenar de “alma” el estomago vacio de los pobres.

Todos los libros deberían empezar con un pequeño preámbulo que nos invite a recordar los primeros balbuceos del lenguaje, por que todo libro es una introducción a las marañas de la existencia. Aunque si el hombre decide (cosa poco común) explorar otros libros, la repetición de este ritual se haría tediosa. La forzosa monotonía lo haría repudiar cualquier tipo de preámbulo, por el resto de su vida. Sin embargo, para no lucir perdido, para no ahogarse en los nidos del nihilismo literario, creo que debería existir un lenguaje de iniciación, algo que te facilite la interpretación de los sueños, de las formas, algo poético, no sometido a los artificios superficiales de la gramática, algo que parezca una herencia secreta, sagrada. La introducción de todo manual literario, debería recordar un poco la introducción a la percepción; todo lo que el hombre conoció al abrir los ojos, para despertar su nostalgia, para recordarle que las letras y él, aunque a veces no lo parezca, existen en un único y mismo universo.


Esta noche pensaba en un artificio así. Mágico. Superficial. Algo con tantas pretensiones de profundidad que choque con la necedad y la idiotez. Empecé estas líneas pasada la media noche.
Decidí llamarlo “manual para nacer” la idea es estúpida, debido a mi falta de autoridad. Por eso, y para colmo, quizás nadie merezca tanto como yo el titulo de “malnacido”

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