lunes, 16 de mayo de 2016

Por Jairo Oliveros Ramirez. Azotes de tristeza




Fotografía de Laura Manuela Oliveros Medina. Cerámica de Edith Vargas Muñoz

Siento rabia, tristeza por los acontecimientos en Latinoamérica, rabia por esa burguesía despiadada y asesina,  que como dueña y propietaria de los medio de comunicación viene pregonando que ellos son la salvación de la democracia, de los países, del mundo.

Donde hay y aparece un grupo que reconoce los derechos de los pueblos, de la gente abandonada por esa burguesía y que llega al poder a través del sufragio se siente amenazados y con el tiempo comienza a socavar a los gobiernos que se denominan revolucionarios. Pero no es por ser revolucionarios, es porque comienzan a forjar un nuevo país, un país democrático.

 De tal manera que ya van varios presidentes, gobiernos aplastados por esa burguesía despiadada en el siglo XXI en Latinoamérica

Primero fue Manuel Zelaya en Honduras, en 2009, luego Fernando Lugo en el 2012 en el Paraguay. Y han venido socavando el gobierno de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina cuando estaba Fernández de Kitzner. Ahora le tocó a Brazil. Una burguesía que se ha ensañado contra el pueblo porque no les dejan hacer eso que siempre han hecho vulnerar los derechos de los ciudadanos, destrozar el medio ambiente, ávida de oro. Y para lograrlo empiezan desprestigiando al gobierno, a sus gobernantes porque no acceden a sus caprichos por medio de sus empresas

En Bogotá siempre estuvieron desprestigiando a Gustavo Petro durante su gobierno tal vez porque les tocó los negocios como la asura, el transporte que es monopolio de la burguesía recalcitrante.

Antes cuando existía Telecom, era el monopolio de la comunicación y había que exterminar el monopolio, pero exterminarlo para ellos apropiarse del negocio y montar otras empresas como en efecto sucedió. Ahora existe el monopolio del transporte en varias ciudades, pero eso no es monopolio porque pertenecen a la oligarquía o a las multinacionales.

Pero esto a quién puede interesarle, la mayoría consume futbol europeo entre otras cosas de esas que nos venden, que nos ponen para distraernos, entretenernos y no pensemos cosas malas como ejercer el derecho a ser elegido. Luego, trabajamos duro para conseguir carro, pero nunca un libro. Nos educan para consumir las marcas ellos produce en sus empresas, las multinacionales

En Latinoamérica es un delito exigir nuestros derechos porque se apaga la vida. Quien reclama es reprimido, asesinado, despojado de sus derechos.

En la educación, pregonan su preocupación por los niños. Ahora, si tanto les preocupa los niños en Colombia, ¿por qué se están muriendo en la Guajira? A esa oligarquía les interesan los negocios y cuando el ser humano sea negocio pregonaran que están en defensa de ellos.

Hoy la vida es negocio, comercio. ¿Cuánto cuesta un ser humano? Su precio se relaciona a su estrato social.

domingo, 1 de mayo de 2016

El histrionismo intelectual




Aceptémoslo, somos una sociedad que no escucha a los intelectuales. La palabra técnico, hasta la nefasta llegada de Peñalosa, inspiraba mucha más confianza que el nada modesto calificativo de intelectual. Puede que en principio, los intelectuales no sepan hablar, o como se dice coloquialmente “no sepan comunicarse con el pueblo” Puede también que sus preocupaciones, abstractas e idealistas, no se sintonicen con nuestras necesidades cotidianas, concretas y pragmáticas. Abiertamente nadie podría desestimar el papel intelectual que Fernando Vallejo y Carolina Sanín desempeñan dentro de la academia. El primero, como escritor reconocido y experimentado,  como un verdadero representante de las letras colombianas, y la segunda, como docente y columnista. Intelectuales, sí, pero no es gratuito que las polémicas más ruidosas durante la feria del libro fueran las palabras de Fernando Vallejo, la visita de Germán Garmendia y hoy, la pelea de Carolina Sanín. ¿Y qué tienen en común estos tres personajes además de tener sus nombres firmando la cubierta de un libro?
Son histriónicos. Por eso mismo son el centro de atención allí a donde van. 
Sacando de este artículo a German Garmendia, a quien el histrionismo le es muy útil en su papel de actor solitario frente a la webcam, tengo la sensación de que existen dos Vallejos, dos Carolinas, dos personas que se desdoblan y buscan peleas ( a veces, sin resultado) para llamar la atención. Allí donde va Vallejo, hay polémica, insultos, homofobia, herejías,  y ya entrados en los tiempos de las redes sociales, tendencias nacionales, por dos, tres, siete días. Como sociedad no podemos ser indiferentes a Fernando Vallejo. Nos divide, nos obliga a apoyarlo o a repudiarlo, y ese es precisamente el juego, la magia editorial y publicitaria de la personalidad histriónica. 
Obligar a la sociedad a que te responda es en realidad bastante fácil. La provocación acude a las fibras sensibles, a los defectos, a las vergüenzas de una sociedad. Vallejo, que conoce muy bien esas fibras, las toca y exagera; de ahí viene gran parte de nuestra molestia.
Sanín, una pequeña discípula de Vallejo, ha optado por tratar el tema del feminismo, el machismo y el patriarcado como fibras sensibles. Son temas complicados, dolorosos, que merecen un heraldo (me fue imposible, por cierto, encontrar un femenino para la palabra heraldo. ¡Maldito patriarcado idiomático!) Pero que pueden caricaturizarse con muchísima facilidad. Con las intenciones más finas y loables del mundo Sanín, al igual que otras jóvenes intelectuales del país, cae con facilidad en la caricatura. 
No sé si en este punto coincida con un escrito que publiqué hace algunos días, pero  quiero insistir en que la confrontación directa ciertamente es inútil. El discurso de Vallejo, en cierta medida, sigue siendo cierto, pero no por ello deja de ser fatigoso. Y con el tiempo generará indiferencia y repulsión. Personalmente creo que el Vallejo que se pone talentosamente frente al público para insultar y ser insultado no es más que un actor que le ayuda al otro Vallejo (al escritor) a mantener su vigencia pública.  Sé a la perfección que el resultado sigue siendo eficaz a nivel de marketing,  y  que nuestros niveles de  falsa sensibilidad mediática no parecen estar  dispuestos a bajar, pero temo que un día no escuchemos, por cansancio, a los intelectuales que gritan, y que por ende ya no escuchemos a nadie.  Los gritos cansan. Eso lo sabemos todos.  Como sociedad hemos privilegiado un método de difusión histriónico, escandaloso y artificial. Hay quienes lo asumen y quienes lo repudian, pero no podemos negar su efectividad inmediata, no podemos negar que un histriónico intelectual absolutamente nunca pasa desapercibido. 
En mi opinión es grave que no escuchemos a los intelectuales a menos que se vistan de polémica ¿Acaso en los debates importantes la academia no importa a menos que exista una confrontación pública que raye con la vulgaridad y el insulto? Ciertamente existen otros escritores, otros intelectuales que pueden tocar las mismas fibras, los mismos hilos con mejor tacto, con talento,  con mayor inteligencia, pero indudablemente no los escuchamos.
La sordera, parcial o total, parece ser el destino obvio de un país que insiste en comunicarse gritando.