El histrionismo intelectual
Aceptémoslo, somos
una sociedad que no escucha a los intelectuales. La palabra técnico, hasta la
nefasta llegada de Peñalosa, inspiraba mucha más confianza que el nada modesto
calificativo de intelectual. Puede que en principio, los intelectuales no sepan
hablar, o como se dice coloquialmente “no sepan comunicarse con el pueblo”
Puede también que sus preocupaciones, abstractas e idealistas, no se sintonicen
con nuestras necesidades cotidianas, concretas y pragmáticas. Abiertamente
nadie podría desestimar el papel intelectual que Fernando Vallejo y Carolina
Sanín desempeñan dentro de la academia. El primero, como escritor reconocido y
experimentado, como un verdadero
representante de las letras colombianas, y la segunda, como docente y
columnista. Intelectuales, sí, pero
no es gratuito que las polémicas más ruidosas durante la feria del libro fueran
las palabras de Fernando Vallejo, la visita de Germán Garmendia y hoy, la pelea
de Carolina Sanín. ¿Y qué tienen en común estos tres personajes además de tener
sus nombres firmando la cubierta de un libro?
Son histriónicos. Por
eso mismo son el centro de atención allí a donde van.
Sacando de este
artículo a German Garmendia, a quien el histrionismo le es muy útil en su papel
de actor solitario frente a la webcam, tengo la sensación de que existen dos
Vallejos, dos Carolinas, dos personas que se desdoblan y buscan peleas ( a
veces, sin resultado) para llamar la atención. Allí donde va Vallejo, hay
polémica, insultos, homofobia, herejías, y ya entrados en los tiempos de las redes
sociales, tendencias nacionales, por dos, tres, siete días. Como sociedad no
podemos ser indiferentes a Fernando Vallejo. Nos divide, nos obliga a apoyarlo
o a repudiarlo, y ese es precisamente el juego, la magia editorial y
publicitaria de la personalidad histriónica.
Obligar a la
sociedad a que te responda es en realidad bastante fácil. La provocación acude
a las fibras sensibles, a los defectos, a las vergüenzas de una sociedad.
Vallejo, que conoce muy bien esas fibras, las toca y exagera; de ahí viene gran
parte de nuestra molestia.
Sanín, una pequeña discípula
de Vallejo, ha optado por tratar el tema del feminismo, el machismo y el
patriarcado como fibras sensibles. Son temas complicados, dolorosos, que
merecen un heraldo (me fue imposible,
por cierto, encontrar un femenino para la palabra heraldo. ¡Maldito patriarcado
idiomático!) Pero que pueden caricaturizarse con muchísima facilidad. Con las
intenciones más finas y loables del mundo Sanín, al igual que otras jóvenes
intelectuales del país, cae con facilidad en la caricatura.
No sé si en este
punto coincida con un escrito que publiqué hace algunos días, pero quiero insistir en que la confrontación
directa ciertamente es inútil. El discurso de Vallejo, en cierta medida, sigue
siendo cierto, pero no por ello deja de ser fatigoso. Y con el tiempo generará
indiferencia y repulsión. Personalmente creo que el Vallejo que se pone
talentosamente frente al público para insultar y ser insultado no es más que un
actor que le ayuda al otro Vallejo (al escritor) a mantener su vigencia pública.
Sé a la perfección que el resultado
sigue siendo eficaz a nivel de marketing,
y que nuestros niveles de falsa sensibilidad mediática no parecen estar dispuestos a bajar, pero temo que un día no
escuchemos, por cansancio, a los intelectuales que gritan, y que por ende ya no
escuchemos a nadie. Los gritos cansan. Eso
lo sabemos todos. Como sociedad
hemos
privilegiado un método de difusión histriónico, escandaloso y
artificial. Hay quienes lo asumen y quienes lo repudian, pero no podemos
negar
su efectividad inmediata, no podemos negar que un histriónico
intelectual
absolutamente nunca pasa desapercibido.
En mi opinión es
grave que no escuchemos a los intelectuales a menos que se vistan de polémica ¿Acaso
en los debates importantes la academia no importa a menos que exista una
confrontación pública que raye con la vulgaridad y el insulto? Ciertamente existen
otros escritores, otros intelectuales que pueden tocar las mismas fibras, los
mismos hilos con mejor tacto, con talento, con mayor inteligencia, pero indudablemente no
los escuchamos.
La sordera, parcial
o total, parece ser el destino obvio de un país que insiste en comunicarse gritando.
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