Por Jairo Oliveros Ramírez
LA PAJA EN OJO AJENO
El mundo fluye, canta, baila en medio de las catástrofes. Los días y semanas pasan, todo pasa y pasa. Pasa el saqueo, la ignominia, la guerra; el aprendizaje por el desprecio; a ridiculizar, a detestar a los demás y a nosotros mismos.
Muchos desprecian la música de los jóvenes. Consideran escandalosa y de mal gusto el rock. Les molesta los atuendos que visten y exhiben, son despectivos y se muestran agresivos hasta con el peinado. Y aparecen quienes sienten prurito, desprecio por otros géneros musicales, No soportan que otros escuchen otras propuestas musicales porque les parece lenta o escandalosa o de mucho ruido, o falta de ritmo, movimiento. Unos y otros se condenan por la comida que consumen, el gusto por el cine, por la presentación personal, por el uso del lenguaje.
Una generación rechaza a la otra o la acusa más de los defectos, la condenan por los cambios en todos los géneros y ámbitos. Parece que cada generación es mucho mejor y adelantada que la anterior. Aquí vivimos de la esperanza y la desolación; de la mentira y el engaño. Aquí a un lado están los justos, los honestos, los blancos, los rubios, quienes pueden gobernar, pensar, los intelectuales, los de estrato superior, los excelentes; y, al otro lado los deshonestos, los mentirosos, los menesterosos, los tramposos, los perezosos, a quienes les duele pensar. Aquí solo existen unos cuantos pensadores que tienen la verdad, unos cuantos historiadores; aquí la burguesía se cree grande pero cuando van al exterior tienen que doblar su arrogancia y su capital se limita a unas cuantas monedas: Tal vez por ello sueñan con ser aristócratas porque quieren parecerse a los de allá. De la misma manera hay quienes anhelan parecerse a esa burguesía menesterosa que aquí se promocionan con sus juguetes para mostrar su arrogancia superflua que no logran calar, rozar, parecerse y penetrar a los salones de la aristocracia europea.
Uno va por ahí, y, se encuentra con la mentira pintada en el rostro, en la sonrisa. Uno observa el semblante de la miseria pintada en el lenguaje, pero es una miseria intelectual. Uno se repite, uno se arrastra por el ilustre pensamiento porque nos enseñaron a repetirnos; repetir a los pensadores europeos porque aquí los pensadores se limitan a los mismos y a despreciar a los que piensan desde el dolor, la angustia, la miseria; desde el reconocimiento de nuestra propia. Y vamos por ahí, estirados por lo poco o escaso que sabemos; criticando a los demás. No reconocemos el pensamiento del otro. Aquí olvidamos reconocer a pintores que aparecen en los medios de comunicación porque no son de la misma casta, la misma saga social, política, económica.
Muchos pensadores pensados y nosotros caminamos bajo la sombra del olvido porque parece que aún no hemos aprendido a reconocer las cualidades y defectos de los demás y porque creemos que sólo nosotros existimos.
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