sábado, 4 de octubre de 2008

Veinte de septiembre, tres de la tarde.




No es posible la regresión, el retorno, en ningún sentido ni grado. Los fisiólogos, por lo menos, lo sabemos. Mas todos los sacerdotes y moralistas han creído en esta posi­bilidad; pretendían retraer a la humanidad por la fuerza a una medida anterior de virtud. La moral siempre ha sido un lecho de procusto. (…) hay aún partidos que sueñan con la regresión de todas las cosas. Sin embargo, nadie está en libertad de retroceder. Quiérase o no, hay que avanzar, quiere decir, avanzar paso a pasó por el ca­mina de la décadence (tal es mi definición del moder­no “progreso”).

F. Nietzsche-como se filosofa a martillazos.

—Es la vieja, que esta preparándole una comida a una señora—responde don Hernán, cuando pregunto por el espeso olor a condimento que lo impregna a él y a la casa.

No alcanzo a ver la mesa pero identifico el comino. Doña Edith está en la cocina y desde donde estoy escucho el sonido de su labor. El comino me encanta; mi familiaridad con el aroma es tal que se me antoja ver al aire teñido de naranja, como en una fotografía sepia. Sentí el olor por primera vez justo en el instante en el que ingresé a la sala, y confieso, la sensación me emocionó. Quien abrió la puerta fue don Hernán, vestía una camisa de minúsculas rayas azules manga larga, y un pantalón gris. Su saludo fue calido como de costumbre. La tarde es exageradamente calida y mi propio sudor me sofoca, cosa que trate de prevenir inútilmente realizando el recorrido desde mi casa hasta aquí en bus. Mi abuela frecuentaba el comino y el orégano; hasta hace unos años fue una experta en el equilibrio de sabores y esencias. Su talento, para mi desgracia, se fue desvaneciendo con los años. En mi mano he traido algunos panecillos de maíz y saco uno para distraer mi apetito. Hablo con don Hernán, algo distraídamente, pues los temas de conversación no han sido abundantes en esta ocasión. Doña Edith abandona la cocina y se desplaza hacia las habitaciones de su casa. Al pasar junto a la sala me saluda y yo respondo con una sonrisa.

—Colócate el delantal, vieja—dice Don Hernán, sentado sobre su sillón principal, en la sala.

—No, ya no; mejor lavo esta ropa—responde doña Edith, observándose a si misma y señalando su ropa. Regresa a la cocina, y en una cuchara trae una pequeña muestra de lo que prepara para don Hernán.

—Esta algo duro—sentencia con una sonrisa

En ese instante comento que el día anterior el profesor Jairo me presentó con el profesor Lasso.

—el profesor Jairo me dijo que llevara algunos escritos, pero solo tenia algunas cosas recientes sin corregir. El profesor Lasso fue muy cordial y eso me impresionó bastante. Luego de entregarle esos escritos, los leí de nuevo y me parecieron espantosos. Que vergüenza con ese señor.

— no te preocupes, Lasso es un hombre que sabe bastante, y ha leído muchísimo. ¿Pero cuéntame, como va el trabajo?

— Pues bien, si no contara con el pequeño detalle que al sol de hoy no me han pagado el mes pasado.

—bueno, pero tenés la esperanza de que te deben. A propósito, no te acomodes mucho que nos vamos para donde doña Cecilia.

— ¿Y eso?—pregunto mientras ojeo un libro del profesor Gerardo Meneses, que está sobre la mesa de la sala.

—la vieja tiene ocupada la mesa…



Entonces se levanta, salimos de la habitación y una vez afuera cruzamos la calle, en dirección a la casa de doña cecilia. En el camino don Hernán decide entrar su Bandera, un símbolo silencioso frente a su casa, que grita cosas que no comprendo y que quizás no me importan. Me comenta uno de los tantos hechos que hacen a la política colombiana un Reality de Camioneros.

Ppero ¡bah! Nada de eso tiene importancia. He decidido dejar de preocuparme por tanta estupidez.

Con una mirada que pretende ser afirmativa le doy la razón.

II

Doña Cecilia abre la puerta, y nos invita a pasar

—Sigan al comedor mientras pongo a hacer el café.

Gira sobre sus talones y se dirige a su cocina. La sala esta agriamente iluminada por el sol de la tarde, pero adentro el aire es fresco y de inmediato pido el baño prestado con animo de refrescarme. Don Hernán y doña Cecilia se instalan en el comedor, que queda adjunto a la cocina. Al igual que la casa de doña Edith, esta es rustica y muy bien ventilada. Me siento en la silla larga paralela a la mesa. Don Hernán se sienta al otro lado y hace una observación sobre el mantel que cubre la mesa.

—Lo llaman “las naguas de la india” me las trajeron de “B…” la semana pasada —responde doña cecilia, sentada en la cabeza de su mesa e inclinada sobre su libreta de notas. Agrega—esta semana he revisado todo lo de la casa que proviene de Japón, ¿si ven esas dos jarritas de porcelana que están en la repisa del fondo? Y también esa de al lado, la verde, que me regalo Edith en mi matrimonio. Yo pensaba que eran chinas, pero no; son japonesas. El televisor es japonés, la licuadora es japonesa, tengo una “….” Y una “….” Que también son de Japón. ¿Ustedes saben cuàl es la marca de celulares que es japonesa?

Don Hernán niega con la cabeza…

—Creo que nokia, LG y Sony Erickson

En mi casa es poco práctico un mantel que no sea a prueba de líquidos. Aquí luce apropiado y genuino, en armonía con el resto de la casa.

Conversamos algunos minutos hasta la llegada de la profesora Nancy. En ese instante Cecilia habla por teléfono y apoyada por el marco que da a la puerta, habla con actitud reflexiva. Una vez termina su llamada, se dirige a la mesa y nos saluda.

—Uno debería pedir traslado para un pueblito, o para una vereda; hay aire mas tranquilo, los niños son más manejable—. Doña cecilia prepara el café y mientras hablamos, numerosos asuntos salen a flote.

Qque extraño que Santiago e Ivonne no hallan llegado ya.

—Ivonne está ocupada—responde la profesora Nancy—el que si sorprende es Santiago, su sociólogo. Siempre para esta hora ya ha llegado ¿él es psicólogo o sociólogo?

—Psicólogo, psicólogo... —responde don Hernán.

Guardamos un rato de silencio.

Jairo tampoco puede venir, por lo del taller que esta haciendo—agrega don Hernán—dice que además no podrá ir al programa mañana.

— ¿Y entonces quien va a estar mañana?

—Cecilia y la vieja van a ir mañana. A propósito, què han sabido de Leonel, ¿han llamado a su casa?

— ¿Cuándo es que viaja el profesor Leonel ha Chile? —pregunto

—Ya viajò—responden— debe estar por regresar.

La charla se expande alrededor del trabajo del profesor Leonel.

—Yo quería hacer una sugerencia—dice la profesora Nancy, colocando sus codos sobre la mesa—puede que a Oscar le disguste el orden, pero algo que si deberíamos hablar es que la tertulia empieza a las tres.

Interiormente pienso “profe, hay una sutil diferencia entre orden y encajonamiento, y por suerte todos los que han fabricado un “acta” se han burlado exitosamente de su estructura y significado. El encajonamiento, algo abundante en nuestros colegios, es lo que me repugna; no el orden”

— En eso tiene razón—sentencia don Hernán—hay que organizar el horario.

—Antes teníamos orden—agrega la profesora Nancy—todos llegaban a las dos.

-Desde que estoy yo el asunto es a las tres y a más tardar a las tres treinta—digo

—En un principio era a las dos, y luego se paso a las tres, luego a las cuatro, y ¿después què? Mire la hora que es y nadie ha llegado—el tono es un tanto acusatorio.

Hay una diferencia; la puntualidad no pertenece al orden, pertenece al respeto. —agrego yo.

Doña cecilia ingresa a su cocina y parte un largo pan sobre una tabla, en partes iguales, y las coloca sobre la mesa. Instantes atrás ha puesto sobre el fogón la jarra de agua que pronto se convertirá en café, toma la bolsa de pan que he traído y la distribuye sobre la tabla.

— ¿Y por què no puede ir el profesor Jairo mañana? —pregunta doña Cecilia

— Porque le toca cuidar Icfes—responde don Hernán

Recuerdo de inmediato; Icfes; algunas amigas deben presentarlo y es un ritual casi obligatorio desearles suerte.

— ¡Eso de cuidar Icfes es tan canson! —dice la profesora Nancy.

— ¿Pero si les pagan algo por el esfuerzo? —pregunta don Hernán.

—Si pagan—responde Nancy— pero toca estar ahí, encima, es algo absorbente, y no vale la pena

Justo en ese instante aparece bajo el umbral la profesora Leonor. Viste una camiseta clara, y don Hernán le comenta que olvidó una bolsa la semana pasada. Tiene un brillante bolso de color violeta que doña Cecilia juzga Indígena a pesar de que su material es bastante industrial. El bolso, puesto sobre la mesa, hace juego con las naguas de la india. La profesora olvidó una bolsa la semana anterior en casa de don Hernán.

Sson unos parlantes de computador, que me entregó Nancy. A mi se me olvidaron, y me tocó comprar unos nuevos porque ¿quien se aguanta esos chinos? Yo si le dije, vaya y cómprese unos nuevos porque ni me acuerdo donde los deje…

Alguien le pregunta sobre el asunto de cuidar el icfes…

Yo si no—agrega la profesora—ayer me llamo el rector y le dije, no, ni por el diablo porque, ¿Cuándo carajos descanso? Trabajo todos los santos días y solo tengo libre el domingo, y ¡estos quieren que ni eso!

La conversación, animada ahora con las noticias de la profesora Leonor, toma otro destino. Doña cecilia decide leer su nota sobre la sesión anterior pero tiene dificultades para organizar su documento. Luego guarda su libreta, y promete organizarlo más claramente para la semana siguiente. Mientras tanto la profesora Leonor agrega:

—No es que si vieran ustedes, ¡he estado ocupadísima! Me han buscado para que reciba unos muchachitos pero ya solo me quedan cupos para los primeritos y los cuartos, y para arriba nada. Además he estado pendiente de la certificación de once porque la necesitamos. Uno ya esta comprometido con los papas y con esos muchachos y ¿que tal que no? Es mucho el mal que haría y no se puede.



Exageré—como siempre—en las cucharitas de azúcar que necesitaba mi taza de café. El liquido se ha acabado y ahora trato de desaparecer el sedimento paseando mi dedo por el fondo del baso.

—…no, si vino una señora con un muchachito a pedirme que se le recibiera y a mi me dio como pena con los profesores ponerles un muchacho nuevo a esta hora, pues la señora me contó la razón; el niño, lo habían dejado haciendo un trabajo en grupo con un par de prepagitos—es por eso que en el departamental ya esta prohibido el trabajo en grupo—pues las niñas ni se aparecieron y el niño, hijo de una profesora, hizo el trabajo y no las incluyó. Pues las vergajas lo cogieron y le cortaron los bracitos y la carita con una cuchilla pero no una herida profunda si no apenas para que le quedara la marca.

En ese instante le pido el favor a doña cecilia que me regale un poco más de café y ella toma mi taza y se dirige a la cocina. Mientras tanto, la profesora Nancy la profe Leonor comparten impresiones sobre el problema de la inseguridad y de la criminalización de los colegios. De un momento a otro saltan al problema de las universidades.

—Todo esto es un colapso—digo a don Hernán—el sistema educativo demuestra que no tiene la capacidad para educar a las generaciones que vienen.

Don Hernán asiente.

—Desde que tengo memoria han habido encapuchados en las universidades. Esto tiene pinta más de ser una cortina de Humo n cuestiones políticas que un asunto verdaderamente serio.

Son las cinco treinta, trato de irme pero don Hernán me dice:

—Deja el afán, vergajo, que entrás a las siete.

Mientras pienso en el tiempo que me queda libre para recibir mi turno, doña Leonor habla de la visita de sus amigas pereiranas, y de todo lo que tienen preparado para recibirlas.

—Yo me vestiré de orquidera, y conseguimos un muchacho que ande en un solo zanco que se parezca a la pata sola.

Piensan hacer un montaje teatral para el recibimiento

— ¡Ya están divagando mucho! —Advierte don Hernán con una sonrisa

Efectivamente lo hacen; un par de puntos de su montaje son bastante complicados, casi imposibles.

—imagínese que me compre un bajo.

Es la profesora Leonor la que habla, y se dirige a mí. No alcanzo a disimular mi emoción.

— ¿Y què marca?

—Fender, con planta y todo.

Luego, tomando otra rosca de maíz, nombra las cosas que ha comprado para su fundación y que ahora están en manos de su colegio. Me levanto para retirarme pero don Hernán me compromete a recibir con un tema musical a las visitantes.

Ttambién le diré a “S…” para que nos acompañe con la guitarra ese día—afirma doña Leonor.

—En ese caso no creo ser necesario

—Pero también vas, y tocas algo tuyo—responde don Hernán.

La idea no me complace, pero tampoco me molesta; llevo siglos sin tocar en publico y quizás la mediocridad haya menguado. El publico—imagino—será imposible, pero acepto. Agradezco el café y extiendo mi mano para despedirme de todos. Ese no fue el fin de la tertulia, pero solo hasta ahí puedo contar, luego llegaría el profesor Isaías, y otros miembros, pero yo ya no estaría presente…

1 comentario:

Tertulia la embarrada dijo...

Hola Oscar, soy yo Jairo para decir aquello que comentè en la ùltima tertulia: la ortografìa, tiene que acudir al diccionario. Recuerda, jugar con el lenguaje, con las palabras. Es que la ortografìa causa escosor en algunas personas. De todas maneras me parece que sus comentarios son adrede y tienen una c oherencia bestial, y chorrito de humor negro. ¡Què bueno!....