miércoles, 17 de septiembre de 2008

Verguenza secreta

Frente a la casa de H hay una Edificación lineal y blanca, protegida por un inmenso portón negro. La custodian seis guardias de seguridad y la visitan todos los martes un numeroso grupo de individuos elegantes y silenciosos. El sector es uno de los lugares más sobrios y tranquilos de la ciudad. Abajo, una casa turquesa de arquitectura Gélida y macabra, recibe el titulo de embajada Francesa, y dos calles hacia arriba—la casa mas imponente—esta otra tumba de dimensiones similares, llamada embajada Británica. Para romper la monotonía H y yo nos sentamos frente a la reja, y hablamos horas enteras sobre cosas sin importancia. Siempre me sorprenderá su paciencia para conmigo, y su escasa concentración en una conversación. El metro esta a ocho calles y luego de despedirme debo abordarle hasta el centro de la ciudad. Un agregado cultural—escritor sin éxito, pero con una mente benevolente— llamado Carlos Álvarez me da hospedaje. Todos los martes la pregunta es la misma.

—Felipe, ¿tu que crees que sea ese lugar?

—quizás es una iglesia evangélica, un club literario o una Templo masón.

— ¿Sabes que creo? Es una casa swinger.

Me río un poco, pero ella me mira con agudeza. Agrega:

— ¿no te gustaría ver que sucede ahí adentro?

—mi voyerismo tiene un limite. ¿Por que te interesa tanto el asunto? ¿Quieres echarte a uno de esos aburridos tipejos?

Se sonroja y con violencia me responde.

— ¡eso no es de tu incumbencia!

Mentalmente digo. “si me interesa, estupida, ¿no lo vez? ¿Como crees que puedo ser tan indiferente?, ¿no has comprendido nada de verdad? “

— entonces, ¿me acompañaras o no?

—dame una semana para pensarlo.

Al día siguiente la llamo, la acompañaré. La idea de que otro sea el que se entierre entre sus brazos me atormenta, pero si esta tan decidida a hacerlo, prefiero estar a su lado. Los preparativos son varios y entusiastas; compramos ropa, juntamos dinero y nos vestimos tal y como ellos lo hacen.

— ¿y en caso de que nos pidan un pase o algo parecido?

—Ya lo pensé—dice ella con una mirada cómplice—no te preocupes, confía en mi.

—he buscado información, el lugar no es nada reconocido públicamente. Ni un club, ni una iglesia, ni una logia. ¿Como crees que nos permitirán entrar?

—tranquilo. Déjamelo a mí.

El día señalado llega. A una señal, uno de los guardas reconoce a H.

—Señorita M…, es un placer tenerla aquí. Permítame llevarla a su palco.

El individuo nos lleva al salón principal. H casi no logra caminar

—Siente mi mano; esta fría.

Lo está, tiembla completamente. Le tomo entre mis dedos y la dirijo a mis labios. La beso.

— no te preocupes, todo estará bien.

El guarda de seguridad nos lleva a un enorme salón, que tiene forma de auditorio. Todos los demás asistentes toman asiento. Son cerca de cincuenta, o sesenta sillas de lujosa madera negra acolchonadas con seda roja.

—esto no es un bar swinger.

— ¡bah!, no te preocupes, ¿que no has visitado el Martínis blue o el casa San miguel?

—no tengo esos hábitos, pero, si ya has ido a lugares así, ¿por que este te fascino tanto?

— supongo que fue el hecho de que ninguno de mis conocidos supiera de su existencia. Es mucho más secreto, más lujoso, ¿vez? La entrada cuesta doscientos dólares.

—estas loca.

— lo se

— a propósito, ¿no tienes la sensación de que muchos de los presentes son ancianos?

H palidece.

—ojala no nos toque…

De inmediato aparece un maestro de ceremonias, y da la bienvenida a los presentes.

— ¿no le preguntaste al guardia de que se trata de todo esto? —susurro a su oído.

No me responde directamente, pero sus labios hacen una mueca “¡lo olvide!”

El maestro de ceremonias, luego del ineludible servilismo, hace pasar a un ayudante, que lleva en sus manos una muñeca de porcelana.

—la presente—dice—es un ejemplar de la colección Mcgregory. Data del año 1823, y se fabricaron solo 400 ejemplares. Sus joyas son originales y su precio inicial es 12.000 dólares.

Un anciano al lado nuestro ofrece 12.500

— ¿alguien da más? —pregunta el maestro de ceremonias

Una señora al otro lado de la sala ofrece 13.000. Así, sucesivamente, subastan 13 muñecas antiguas, de colección, en precios que van de los nueve mil a los cuarenta mil dólares.

— ¡soy una idiota! ¡Es una maldita subasta! —grita H al salir del auditorio, entre dientes y apretando exageradamente mi brazo.

— no te preocupes, eso le puede suceder a cualquiera…a propósito, que interesante ambiente, ¿no crees? Nunca pensé que una muñeca costase tanto.

—hazme un favor; cállate

Cruzamos la carretera y nos sentamos frente a la acera.

—si no fuese por este vestido habríamos podido comprar la muñeca rusa.

— ¿cuanto le diste al guardia?

—doscientos dólares.

— ¿tanta necesidad tienes de…?

— ¿no me juzgues ahora, si? Simplemente quería jugar un rato, algo de aventura, nada más…no es solo sexo, es simple diversión.

— Que bonitos debemos vernos vestidos como un gentleman y su esposa—digo, en medio de una sarcástica sonrisa.

— ¿que te parece gracioso? ¿Soy demasiado fea para ti?

— todo lo contrario; me encantas.

— ¿entonces?

— ¿déjalo así, vale?

—no, carajo, dime.

—sabes que soy un individuo excesivamente posesivo…

— eso no me importaría; también soy una obsesiva ¡tu lo sabes!, ¿no? solo prométeme algo, no escribirás esto. Déjame morir con mi vergüenza secreta.

—Te lo prometo—digo, mientras cruzo los dedos de mi mano derecha…


Oscar Corzo

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