JAIRO OLIVEROS RAMIREZ
SOLO PARA RESPIRAR
“Mercedes no sabe escribir pero lo único que no sabe leer son los
libros: lee las cartas, lee el tabaco y el cigarrillo, lee los caracoles, lee
el sonido del fuego y la voz del viento, lee la taza de chocolate, no sé si la
del té; pero lo que más le gusta y mas domina, es el arte de leer las manos.
“Lo conoce como la palma de su
mano. Línea por línea, de corrido y sin equivocarse, Mercedes lee el pasado, el
presente y el futuro, lee los pensamientos, los buenos y los malos; tal vez por
eso algunos mal pensados afirman que en su biblioteca no hay un sólo libro pero
sí miles de manos…
“Como ella en diversas regiones
del país y en los más apartados rincones del planeta, existen estos
depositarios de la memoria colectiva, del saber popular, el vox populi. Son los abuelos y las abuelas, los yerbateros
y las parteras, pastores y sembradores, oficiantes de una tradición que algunos
han llamado la literatura de cordel; la tela de donde cortar hilvanada en la
trama de la memoria colectiva”. Nos recuerda Luis Liévano Q
Y, son muchos los escritores de América Latina
quienes recrean en sus novelas, en sus obras aquellas historias olvidadas,
anónimas como los conflictos que asumen los seres humanos de este continente.
Hombres
perseguidos por la ignonimia y el olvido como los personajes en los cuentos del
“Llano en llamas” y “Pedro Páramo” de Juan Rulfo. Mujeres asediadas, y
abandonadas a su propio destino que se manifiesta con esos paisajes desolados y
áridos como su propia vida.
Un Julio Cortázar que nos descubre un mundo
convulsionado por esas incomprensiones que llevan a descubrir otras facetas en
los demás y en nosotros, aquellas pasiones olvidadas que un día descubrimos con
nuestros rencores y tristezas. Ahí, están
“Rayuela”, “Historia de Cronopios y de Famas”,
“Bestiario”, “Las armas secretas”.
El corrosivo e incisivo Juan Carlos Onetti quien en
sus narraciones penetra los misterios y avatares del hombre latinoamericano
como en “El Pozo”, “Para una tumba sin nombre”, “Tiempo de abrazar”, “Tierra de
nadie”, y “Tan triste como ella”. También, en sus otras novelas y en sus
cuentos. Podemos agregar que en ellas se conjugan ese espíritu de angustia,
tedio, olvido y derrota.
Otros como Augusto Roa Basto que con su obra “Yo el
supremo” nos lleva a recorrer un mundo tumultuoso, un mundo de represión y
persecución con la historia narrada
y recuperada en cada palabra, tal vez
como hace García Márquez en “El Otoño
del Patriarca”, el mismo Miguel Ángel Asturias en “El Señor Presidente” y Mario
Vargas Llosa en “La fiesta del chivo”. Ellos lo hacen de una manera magistral,
con la palabra labrada como el campesino prepara su era para que pueda
alimentar, nutrir su cuerpo y su alma. Ideas que se encuentran en “Memorias del
fuego” con “Los nacimientos”, “Las caras y las máscaras” y “El siglo del
viento”del escritor uruguayo Eduardo Galeano.
Y la poesía
está ahí para mostrar otras facetas de vida latinoamericana. Entonces, aparece
Pablo Neruda con “Canto General”. Poesías, como racimos de uvas, cargadas de
ese aroma del viento, de ese sabor que brota de la tierra, de ese sueño que
florece de la conciencia y de los brazos fortalecidos del trabajo y de la
sustancia manifiesta en zozobra del hombre.
Gioconda Belli que nos recoge el dolor en sus
poemas; también nuestros ancestros y la lucha del hombre por recuperar una vida
digna, por sueños que maduren los pensamientos para compartir la riqueza de la
tierra. Sus sueños de recogen en “Sobre la grama”, “Linea de fuego”, “La mujer
habitada”, “Waslala” y otros libros.
Los versos
que desgarran pasiones en los poemas de César Vallejo. Es que los momentos que
se viven no se disfrutan con la mayor intensidad con que se desea, se sufre y se asume la
vida, porque “Hay golpes en la vida, tan fuertes…Yo no sé!; también cuando
“Quisiera hoy ser feliz de buena,/ ser feliz y portarme frondoso de preguntas”
y otros tantos que nos golpea la miseria a que somos condenados. Y cuando
exigimos nuestros propios derechos, estos se convierten en un peligro para
nuestra integridad.
Es agradable encontrar una literatura que reconforta
y, al mismo tiempo, recrea nuestra historia, nuestras ilusiones por vivir y
seguir viviendo con decoro.
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