domingo, 17 de noviembre de 2013

Las cosas que pasan I



 Por Jairo Oliveros Ramírez
Las cosas que pasan I

 Parece que uno se recuerda así mismo. Un paisaje que desaparece y otro que aparece. En muchas partes  ya no existe el espacio de mi niñez. En Neiva, donde hoy existe el Estadio de fútbol era un llano. Era peligroso cruzar solo y en donde están las oficinas y la villa olímpica, antes quedaba el casino de oficiales y creo que en ese tiempo era de la policía. A un lado del coliseo de baloncesto se apreciaba un breve, un instante de lago donde se estancaban las aguas de un arroyuelo que se escurría entre guácimos y totumos. Todo ese espacio disfrutábamos cuando éramos unos chicos que nos íbamos de cacería y a comer cucubas  con la mentira de calmar la sed. Y, ahora por donde queda la avenida Buganviles existió una hilera  de cachingos y entre sus cepas navegaban las flores por las aguas de unos chorritos de agua, un minúsculo arroyito que hoy ya no existe, como tampoco existe la quebrada Coclí.
         Mi papá me ha contado que iba con mi abuelo a cazar venados más allá de Coclí y de pesca por la quebrada La Toma. Imagínese el espectáculo de aquel tiempo.

  Y ahora, son muy pocos quienes disfrutan un chocolate casero, bien batido con molinillo, acompañado con pan de maíz o con un tamal. Tal vez en el campo se pueda disfrutar de ello. En la ciudad son las comidas rápidas y los escasos sitios para un sabroso tamal. Y otra cosa, que casi ya no se ve, casas que no tiene un elegante jardín. De pronto unas cuantas matas sembradas en materas. Y así sigue la vida, dejando que desaparezcan nuestras cosas, nuestro mundo.




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