Por Jairo
Oliveros Ramírez: La vida en un mundo para descubrir.
De la novela
“El amor es una mentira, pero funciona” del escritor Luis Ignacio Murcia Molina
A Nacho comencé a verlo en mi
vida de estudiante en la Universidad Surcolombiana. Desde lejos, desde la distancia y no sé si por esa época escribía,
escribía literatura: cuento, poesía. Y ya había terminado el pregrado pero
existía como hoy un vínculo con Clara Elvira Beltrán de Rojas, con Gustavo
Briñez Villa. Y fue la época en que se iniciaba la campaña de alfabetización.
Recuerdo que luego participé de ese trabajo en el municipio Guadalupe en un sitio
llamado Corinto, un lugar frío. Llegábamos el sábado entre las ocho, nueve de
las mañana y regresábamos el domingo a Neiva. Nacho era entonces un personaje
menor en mi vida. Luego, con el tiempo o después de muchos años vi su nombre en
libros como “Parvulario”, copilado por Betuel Bonilla Rojas y Esmir Garcés
Quiacha; un libro que nos acerca a la
vida de muchos escritores del Huila en su infancia. Ahí, en ese libro, me di
cuenta que Nacho era escritor, y luego
vi un título bastante agradable “¡He tenido más razones para morir que para
vivir!”, del Fondo Mixto el Cultura del Huila del 2000; en el 2003 “Bajo la piel
morena” que nos entregó el Fondo de Autores Huilenses. Y fue creciendo su trabajo literario. A veces
pienso, y creo que es posible que lo sea,
que siguió los rastros que fueron
dejando muchos de los autores leídos y compartidos por ese séquito que lo
rodean y con quienes comparte lecturas y escritos; ahí están Jáder Rivera
Monje, Gustavo Briñez Villa, Esmir Garcés Quiacha, Yesid Morales... y bueno
muchos otros. Por aquellos tiempos supe que era profesor.
En aquellos
días, para mí, ser escritor era como una utopía, no era concebible llegar a
eso; era difícil ser un escritor de renombre, era jugar a ser escritor. Escribir
requiere mucho más que borrar y escribir, este ejercicio requiere talento,
sagacidad, astucia de la pluma en el manejo
del lenguaje. Hoy estoy aquí tratando de comentar estas palabras, estas ideas
como un lector de su novela “El amor es una mentira, pero funciona”.
Leyendo
la novela voy repasando el personaje que
recrea Nacho. Un personaje que va creciendo
a través de sus evocaciones, de sus aventuras, la manera como se va
tejiendo el presente y el pasado. Ese manejo del tiempo que va del narrador al
personaje me recuerda a Clarice Lispector en algunos cuentos. Es que uno encuentra en que hay alguien que nos
está narrando y de repente aparece Sofía contando. Y creo que también lo hace
William Faulkner, y Philip Roth en “Zuckerman encadenado”. Entonces, aparece un
haz que quía el camino.
En el
lenguaje va del habla al lenguaje como decir de la cortesía a lo descortés para
mostrar nuestro mundo sin ningún temor. Ahí también me recuerda a Rubén
Fonseca, a Charles Bokowski, maestros en el manejo de la novela negra, en lo
despiadado sin que se refleje pero que
esta nutrida de ella. Ese lenguaje que nos lleva por los andamiajes de una mujer que a medida
que trascurren los acontecimientos nos acercan a su vida. Se nos presenta como
una obsesión por el género femenino. A veces creo que se idealiza a la mujer en
Sofía, pero esta aseveración puede ser apresurada y es mejor dejar que otros
exploren la novela y a su personaje
Y se puede
creer que novela tiene ese ambiente a cotilleo y si es así se percibe algo más
que eso. El estilo puede ser atrevido, pero no creo que lo sea. Es abordar algo
tan delicado, siempre se utiliza esa palabra, para abordar el erotismo. Nos
parece que se cae en lo vulgar, en lo morboso y que tal vez no se tenga la
capacidad para narrarlo. Eso se puede pensar. Creo que narra el erotismo con ese
lenguaje que es propio de nosotros, nosotros los huilenses, los laboyanos, los latinoamericanos.
También lo hace Mario Vargas Llosa en “La guerra del fin del mundo”, Carlos Fuentes
en “La muerte de Artemio Cruz”, Gabriel García Márquez en “El amor en los
tiempos del cólera”. Y sí, está relacionada con ese mundo de bajo perfil, sí es
que se puede usar ese término. Ahí tenemos Andrés Caicedo con “Destinitos
fatales”.
Es nuestro
mundo lo que hallamos en la novela, una novela muy nuestra. Así como nos presenta
Evelio Rosero en “Los ejércitos”; que no muestra la violencia, ella solo la
sugiere, la pone en evidencia en unos rastros de palabras, de oraciones muy
sutiles, perfectas que cabalgan sobre otras oraciones.
Y, por supuesto que se muestran otros aspectos que el maestro y escritor
Gustavo Briñez Villa nos recuerda que la
novela está relacionada con un tono:
“De lenguaje
sencillo y directo, más en el entorno del habla que en el de la lengua, la
narración transcurre en varios puntos de Neiva, tales como los barrios El
Altico, San Silvestre, Los Pinos, Pizarro y Manzanares, el centro de la ciudad,
las viejotecas Añoranzas, El Ayer y Tienda Garibaldi. Pero en especial en los
ambientes de la vida nocturna de los bares de Cándido y Santa Inés y su
público variopinta, en que se confunden los gotereros de oficio, las fulanas
tentadoras y las que no lo son tanto, los que duermen en el andén, los
aspirantes a narradores o poetas, los insurrectos de salón, los tiras de mil
máscaras, los mantenidos con humos de gigolós, los travestis, las pre y pos
pago, los gordos sin amor, la bohemia universitaria, algunos vejancones fieles
del viagra y viejitas achacosas que se cruzan en el camino con los que recién
acuden, mirando con desaprobación a la concurrencia. Pero en algunos episodios
el lenguaje se refina en una sutil amalgama de timbre poético y erotismo, como
en el del amor sáfico que observa en actitud lúbrica el pintor de la historia.”
El lector se
encuentra con aquellos sitios nocturnos de Neiva, sus restaurantes, heladerías,
los barrios. Algo parecido sucede en “Pasajeros de la memoria” de Betuel
Bonilla Rojas. Ya no se encuentra tan intensa esos tintes de violencia rural. En
nuestros escritores huilenses aparecen otras propuestas poéticas y narrativas. Así
se descubre con Jáder Rivera Moje en su poesía y narrativa: “Prosas Elementales”
y “Diez moscas en un platico con veneno”; en la poética de Wiston Morales
Chávarro como en “Memorias
de Alexander de Brucco”, Editorial Universidad de
Antioquia-2002, “Aniquirona”, de
Trilce Editores, publicada en 1998,
“De Regreso a Schuaima”, Ediciones
Dauro, Granada-España 2001, y su novela “Dios
puso una sonrisa sobre su rostro”.
Sí,
ahí en la novela de Luis Ignacio Murcia Molina se encuentra Neiva, con sus calles, su centro comercial,
el comercio, la gastronomía, así se llegue a pensar que es puro regionalismo o
que estoy exaltando los atributos de la novela, de su narrador, de su autor.
Estoy comentando mis vivencias con la novela, con los personajes como
Francisco, Edwin, la manera como los hombres se disputan una mujer y se
resignan a su mundo, a sus ideas.
La novela me recuerda a Borges cuando dice
que uno como lector tiene que encontrar en tono del escritor, y también afirma
que “la lectura debería ser una forma de felicidad” y no todas las lecturas y
autores lo son. Siempre tuve dificultades para asumir a Julio Cortázar hasta
que un día me di cuenta que debía aprender a leer sus novelas, sus cuentos, como
aquella hermosa narración: “La señorita Cora”.
Ahí descubrí otra faceta recóndita y misteriosa del ser humano. Y, creo
que otro tanto sucede con la novela de Luis Ignacio Murcia M. Con ella no hay
que dejarse seducir sino aprender a ver esa parte rara que tenemos en nuestra
manera de ser y de asumir el mundo, la
sociedad, al otro que está más allá de mí y que es supremamente diferente: la
Alteridad le llama Michel Foucault. Todo esto me lleva a pensar en Julia
Kristeva, la semióloga búlgara que propone una lectura desde la
intertextualidad; o en Mijail Bajtín y
su dialógica del texto.
Bueno, ahí está la novela para que
descubran sus propios atributos o sus defectos.
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