Reproducimos el siguiente texto para recuperar memoria y para que el YUMA no muera con las ideas de estos dos pensadores.
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Antiedipo. Entrevista a Gilles Deleuze y Felix Guattari.
L'Arc,
nº 49, 1972. Entrevista con Catherine Backes-Clément
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Ustedes oponen constantemente un inconsciente esquizoanalítico, compuesto de
máquinas deseantes, al inconsciente psicoanalítico, al que dirigen toda clase
de críticas. Utilizan la esquizofrenia como patrón de referencia. Pero, ¿dirían
ustedes sinceramente que Freud ignoraba el dominio de las máquinas o, al menos,
de los aparatos? ¿Dirían que no comprendió el campo de la psicosis?
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F.G.- Es complejo. En ciertos aspectos, Freud tenía plena conciencia de que su
verdadero material clínico, su base clínica procedía de la psicosis, de Bleuler
y Jung. Y esto es así hasta el final: todas las novedades del psicoanálisis,
desde Melanie Klein hasta Lacan, proceden de la psicosis. Por otra parte, está
el caso de Tausk: es posible que Freud temiese una confrontación de los
conceptos analíticos con la psicosis. El comentario sobre Schreber revela todo
tipo de ambigüedades. En cuanto a los esquizofrénicos, se tiene la impresión de
que a Freud no le gustan en absoluto, dice sobre ellos cosas horribles,
extremadamente desagradables... Ahora bien, es cierto, como usted dice, que
Freud no ignoraba la maquinaria del deseo. El deseo, las maquinarias del deseo
son incluso el descubrimiento propio del psicoanálisis. Nunca en el
psicoanálisis dejan de zumbar, de chirriar, de producir. Y los psicoanalistas
no dejan nunca de alimentar o de realimentar las máquinas, sobre un fondo
esquizofrénico. Pero quizá hacen o desencadenan cosas de las que no tienen
clara conciencia. Quizás su práctica implica operaciones incipientes que no
aparecen con claridad en la teoría. No hay duda de que el psicoanálisis ha
perturbado toda la medicina mental, como una especie de máquina infernal.
Aunque
ya desde el principio estuviese sometido a compromisos, causaba perturbaciones,
imponía nuevas articulaciones, revelaba el deseo. Usted acaba de invocar los
aparatos psíquicos tal y como son analizados por Freud: aparece ahí todo un
aspecto de maquinaria, de producción de deseo y de unidades de producción. Pero
hay otro aspecto: la personificación de estos aparatos (el super-yo, el yo, el
ello), una escenografía teatral que sustituye las verdaderas fuerzas
productivas del inconsciente por simples valores representativos. Así es como
las máquinas del deseo se convierten progresivamente en maquinarias teatrales:
el super-yo, la pulsión de muerte como deus ex machina. Tienden progresivamente
a funcionar fuera de la escena, entre bastidores. O bien como máquinas de
ilusión, de producción de efectos. Toda la producción de-seante queda
anonadada. Nosotros decimos estas dos cosas al mismo tiempo: Freud descubre el
deseo como libido, como deseo que produce; pero no cesa de enajenar la libido
en la representación familiar (Edipo). Sucede con el psicoanálisis igual que
con la economía política tal y como la veía Marx: Adam Smith y Ricardo
descubren la esencia de la riqueza como trabajo que produce, pero no cesan de
enajenarla en la representación de la propiedad. El deseo se proyecta sobre una
escena de familia que obliga al psicoanálisis a ignorar la psicosis, a no
reconocerse sino en la neurosis, y a dar una interpretación de la propia
neurosis que desfigura las fuerzas del inconsciente.
-
¿Es esto lo que quieren decir cuando hablan de un “giro idealista” en
psicoanálisis, asociado a Edipo, y cuando se esfuerzan en oponer al idealismo
psiquiátrico un nuevo materialismo? ¿Cómo se articulan el materialismo y el
idealismo en el dominio del psicoanálisis?
G.
D.- El objeto de nuestros ataques no es la ideología del psicoanálisis sino el
psicoanálisis en cuanto tal, tanto en su práctica como en su teoría. Y no hay,
en este aspecto, contradicción alguna en sostener que el psicoanálisis es algo
extraordinario y, al mismo tiempo, que desde el principio marcha en una
dirección errónea. El giro idealista está presente desde el comienzo. Pero no
as contradictorio: aunque la putrefacción ya está en el origen, en ella crecen
espléndidas flores. Lo que nosotros llamamos idealismo en el psicoanálisis es
todo un sistema de proyecciones y reducciones propias de la teoría y de la
práctica del análisis: reducción de la producción deseante a un sistema de representaciones
llamadas inconscientes, y a las formas de motivación, de expresión y de
comprensión correspondientes; reducción de la fábrica del inconsciente a un
escenario dramático, Edipo o Hamlet; reducción de las catexis sociales de la
libido a catexis familiares, desviación del deseo hacia coordenadas
familiaristas. Edipo, una vez más. No queremos decir que el psicoanálisis haya
inventado a Edipo. Se limita a responder a la demanda, cada cual se presenta
con su Edipo. El psicoanálisis no hace más que elevar Edipo al cuadrado -un
Edipo de transferencia, un Edipo de Edipo- en la ciénaga del diván. Pues, ya
sea familiar o analítico, Edipo es fundamentalmente un aparato de represión de
las máquinas deseantes, en absoluto una formación propia del inconsciente en
cuanto tal. Tampoco deseamos sostener que Edipo, o sus equivalentes, varíen
según las formaciones sociales consideradas. Estamos más inclinados a creer,
como los estructuralistas, que se trata de una constante. Pero es la constante
de una desviación de las fuerzas del inconsciente. Por eso atacamos a Edipo: no
en nombre de unas sociedades que no implicarían a Edipo, sino debido a la
sociedad que lo implica de un modo eminente, la nuestra, la capitalista, No
atacamos a Edipo en nombre de ideales pretendidamente superiores a la
sexualidad, sino en nombre de la propia sexualidad, que no se reduce al “sucio
secretito de familia”. No establecemos diferencia alguna entre las variaciones
imaginarias de Edipo y la constante estructural, puesto que se trata en ambos
extremos del mismo atolladero, del mismo avasallamiento de las máquinas
deseantes. Lo que el psicoanálisis llama a solución o la disolución de Edipo es
en extremo cómico, ya que se trata precisamente de la puesta en marcha de la
deuda infinita, el análisis interminable, la epidemia edípica, su transmisión
de padres a hijos. Cuánto desatino, cuántas estupideces han podido decirse en
nombre de Edipo, especialmente a propósito de los niños.
Una
psiquiatría materialista es aquella que introduce la producción en el deseo y
viceversa, la que introduce al deseo en la producción. El delirio no remite al
padre, ni siquiera al nombre del padre, sino a todos los nombres de la
Historia. Es algo así como la inmanencia de las máquinas deseantes en las
grandes máquinas sociales, Es la ocupación del campo social histórico por parte
de las máquinas deseantes. Lo único que el psicoanálisis ha comprendido de la
psicosis es su línea "paranoica”, la que conduce a Edipo, a la castración
y a todos esos aparato. Represivos que se han inyectado en el inconsciente.
Pero el fondo esquizofrénico del delirio, la línea “esquizofrénica" que
diseña un campo ajeno a la familia, se le ha escapado por completo. Foucault
decía que el psicoanálisis seguía siendo sordo a la voz de la sinrazón. Y,
efectivamente, d psicoanálisis lo neurotiza todo y, mediante tal neurotización,
no contribuye únicamente a producir esa neurosis cuya curación es interminable,
sino al mismo tiempo a reproducir al psicótico como aquel que se resiste a la
edipización. Carece por completo de una posibilidad de acceso directo a la
esquizofrenia. Y pierde igualmente la naturaleza inconsciente de la sexualidad
debido a su idealismo, al idealismo familiarista y teatral.
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Su libro tiene un aspecto psiquiátrico o psicoanalítico, pero también un
aspecto político y económico, ¿Cómo conciben ustedes la unidad de estos dos
aspectos? ¿Intentan ustedes recuperar de algún modo la tentativa de Reich?
Hablan ustedes de catexis fascistas, tanto al nivel del deseo como al del campo
social. Se trata en tal caso de algo que claramente concierne al mismo tiempo a
la política y al psicoanálisis. Pero no se comprende bien qué es lo que ustedes
opondrían a esas catexis fascistas. ¿Qué es lo que se puede contraponer al
fascismo? Se trata de una cuestión que no concierne únicamente a la unidad de
este libro, sino también a sus consecuencias prácticas: y estas consecuencias
son de una enorme importancia, porque si nada impide esas “catexis fascistas”,
si ninguna fuerza las contiene, si lo único que puede hacerse es constatar su
existencia, ¿cuál es el significado de su reflexión política y de su
intervención en la realidad?
F. G.- Sí, como tantos otros, nosotros anunciamos el desarrollo de un fascismo generalizado. Aún no ha hecho más que empezar, no hay razones para que el fascismo no siga creciendo. Mejor dicho: o bien se construye una máquina revolucionaria capaz de hacerse cargo del deseo y de los fenómenos del deseo, o bien el deseo seguirá siendo manipulado por las fuerzas de opresión y represión y terminará amenazando, incluso desde el interior, a las propias máquinas revolucionarias. Distinguimos dos clases de catexis en el campo social: las catexis preconscientes de interés y las catexis inconscientes de deseo. Las catexis de interés pueden ser realmente revolucionarias y, no obstante, permitir la subsistencia de catexis inconscientes de deseo que no lo son o que incluso son fascistas. En cierto sentido, lo que llamamos esquizoanálisis tendría su punto ideal de aplicación en los grupos, y especialmente en los grupos militantes: es en ellos en donde se dispone de modo más inmediato de un material ajeno a la familia, donde aparece el funcionamiento a veces contradictorio de las catexis. El esquizoanálisis es un análisis militante, libidinal-económico, libidinal-político. Al contraponer esos dos tipos de catexis sociales, no estamos contraponiendo el deseo, como fenómeno suntuario o romántico, a los intereses, que serían económicos y políticos; al contrario, pensamos que los intereses se encuentran siempre emplazados allí donde el deseo ha predeterminado su lugar. Igualmente, no hay revolución conforme a los intereses de las clases oprimidas a menos que el deseo haya adoptado una posición revolucionaria que comprometa a las propias formaciones del inconsciente. Porque el deseo, en todos los sentidos, forma parto de la infraestructura (no creemos en absoluto en conceptos como el de ideología, que no sirve de nada a la hora de analizar los problemas: no hay ideologías). La amenaza permanente contra los aparatos revolucionarios estriba en hacerse una idea puritana de los intereses, que nunca se realizan más que en provecho de una franja de la clase oprimida que realimenta una casta y una jerarquía por completo opresiva. Cuanto más se asciende en una jerarquía, incluso aunque se trate de una jerarquía seudo-revolucinaria, menos posible será la expresión del deseo (por contra. tal expresión aparece en las organizaciones de base, aunque sea muy deformada). A este fascismo del poder nosotros contraponemos las líneas de fuga activas y positivas, porque tales líneas conducen al deseo, a las máquinas del deseo y a la organización de un campo social de deseo: no se trata de que cada uno escape "personalmente”, sino de provocar una fuga, como cuando se revienta una cañería o cuando se abre un absceso. Dejar que pasen los fluidos por debajo de los códigos sociales que pretenden canalizarlos o cortarles el paso. Toda posición de deseo contra la opresión, por muy local y minúscula que sea, termina por cuestionar el conjunto del sistema capitalista, y contribuye a abrir en él una fuga. Denunciamos toda la temática de la oposición hombre-máquina, el hombre alienado por la máquina, etc. Desde el movimiento de Mayo, el poder, apoyado por las seudo-organizaciones de izquierda, ha intentado hacer creer que sólo se trató de unos cuantos niños mimados que luchaban contra la sociedad de consumo, mientras que los obreros de verdad sabían perfectamente dónde estaban sus intereses... Pero jamás hubo lucha contra la sociedad de consumo (noción imbécil donde las haya. Al contrario, lo que decimos es que aún no hay suficiente consumo, aún no ha suficiente artificio, los intereses no estarán jamás de parte de a revolución hasta que las líneas dé deseo no alcancen el punto en que el deseo y la máquina, el deseo y el artificio, sean una sola cosa, el punto en el que se rebelen por ejemplo contra los llamados “datos naturales” de la sociedad capitalista. Nada más fácil que alcanzar ese punto, pues el más minúsculo de los deseos se eleva hasta él, y al mismo tiempo nada más difícil, porque comporta todas las catexis del inconsciente.
G.
D.- En este sentido. La cuestión de la unidad del libro está fuera de lugar.
Hay, ciertamente, dos aspectos: el primero es una crítica de Edipo y del
psicoanálisis; el segundo, un estudio acerca del capitalismo y de sus
relaciones con la esquizofrenia. Pero el primer aspecto depende estrechamente
del segundo. Atacamos al psicoanálisis en los siguientes puntos (que conciernen
tanto a su teoría como a su práctica): su culto a Edipo, su reducción de la
libido a catexis familiaristas, incluso bajo las formas encubiertas y
generalizadas del estructuralismo o del simbolismo. Decimos que la libido actúa
mediante catexis inconscientes que difieren de las catexis preconscientes de
interés, pero que, como estas últimas, conciernen al campo social. Sea una vez
más el caso del delirio: nos preguntan si hemos visto alguna vez un
esquizofrénico, pero nosotros preguntamos a los psicoanalistas si ellos han
escuchado alguna vez un delirio. El delirio no es familiar, sino
histórico-mundial. Se delira a propósito de los chinos de los alemanes, de
Juana de Arco y del Gran Mongol acerca de los arios y los judíos, del dinero,
del poder y de la producción, y no en absoluto sobre papá y mamá. Aún más: la
famosa “novela familiar” depende estrechamente de las catexis sociales
inconscientes que aparecen en el delirio, y no a la inversa. Intentamos mostrar
en qué sentido esto es ya cierto en la infancia. Proponemos un esquizoanálisis
que se contrapone al psicoanálisis. Basta con atenerse a los dos escollos
principales con los que tropieza el psicoanálisis: es incapaz de llegar a las
máquinas deseantes de cualquiera porque se mantiene en las figuras o
estructuras edípicas; es incapaz de llegar a las catexis sociales de la libido
porque se queda en las catexis familiaristas. Esto se observa a la perfección
en el ejemplar psicoanálisis in vitro del Presidente Schreber. Lo que a
nosotros nos interesa (y que, en cambio, no interesa en absoluto a los psicoanalistas)
es esto: ¿Cuáles son tus máquinas deseantes? ¿Cuál es tu manera de delirar el
campo social? La unidad de nuestro libro consiste en que entendemos que las
insuficiencias del psicoanálisis, así como su ignorancia del fondo
esquizofrénico, están vinculadas a su profunda pertenencia a la sociedad
capitalista El psicoanálisis es como el capitalismo: la esquizofrenia es su
límite, pero no deja de desplazar el límite ni de intentar conjurarlo.
-
Su libro está lleno de referencias, de textos que se utilizan generosamente,
tanto en su propio sentido cuanto a veces contra él, pero se trata, en
cualquier caso, de un libro cuyo subsuelo es una “cultura" precisa.
Reconocen ustedes una gran importancia a la etnología, y sin embargo poca a la
lingüística; otorgan gran relevancia a ciertos novelistas ingleses y
americanos, pero apenas a las teorías contemporáneas de la escritura. Más
concretamente, ¿por qué ese ataque a la noción de significante, y cuáles son
las razones que les hacen rechazar su sistema?
F.
G.- No tenemos nada que ver con el significante. No somos los únicos ni los
primeros. Puede verse el caso de Foucault, o el reciente libro de Lyotard. La
oscuridad de nuestra crítica del significante se debe a que se trata de una
entidad difusa que todo lo reduce a una máquina obsoleta de escritura. La
oposición exclusiva y coercitiva entre significante y significado está
obsesionada por el imperialismo del Significante, tal y como emerge con las
máquinas de escritura. Todo remite directamente a la letra. Tal es la propia
ley de la hipercodificación despótica. Nuestra hipótesis es ésta: el
Significante es el signo del gran Déspota que, al retirarse, libera una región
que puede descomponerse en elementos mínimos entre los que existen relaciones
regladas. Esta hipótesis tiene la ventaja de explicar el carácter tiránico,
terrorista y castra-dor dél significante. Se trata de un enorme arcaísmo que
remite a los grandes imperios. Ni siquiera estamos seguros de que el
significante pueda servir en el terreno del lenguaje. Por ello, nos hemos
vuelto hacia Hjelmslev hace tiempo que él ha erigido una especie de teoría
spinozista del lenguaje en el cual los flujos de contenido y de expresión
prescinden del significante. El lenguaje como sistema de flujos continuos de contenido
y expresión, troquelado mediante constructos maquínicos de figuras discretas y
discontinuas. En este libro aún no hemos desarrollado nuestra concepción de los
agentes colectivos de enunciación, una noción que pretende superar la escisión
entre el sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación. Somos
estrictamente funcionalistas: lo que nos interesa es cómo funcionan las cosas,
cómo se disponen, cómo maquinan.
El
significante pertenece aún al dominio de la pregunta: “¿Qué quiere decir esto
incluso es esta misma cuestión en cuanto borrada. Para nosotros el inconsciente
no quiere decir nada, ni tampoco el lenguaje. El fracaso del funcionalismo se
debe a que se ha intentado aplicar a dominios que le son extraños, a grandes
conjuntos estructurados que, por serlo, no pueden estar formados de la manera
en que funcionan. El funcionalismo, al contrario, no tiene rival en el dominio
de las micro-multiplicidades, de las micro-máquinas, de las máquinas deseantes,
de las formaciones moleculares. Y, a este nivel, no hay en absoluto máquinas
cualificadas de tal o cual manera, como por ejemplo una máquina lingüística,
porque hay elementos lingüísticos en toda máquina, en convivencia con elementos
de otro tipo, El inconsciente es un micro-inconsciente, es molecular, y el
esquizoanálisis es un micro-análisis, La única cuestión es cómo funciona, con
qué intenciones, qué flujos, qué procesos, qué objetos parciales, cosas todas
ellas que no quieren decir nada.
G.
D.- Eso mismo es lo que pensamos de nuestro libro. De lo que se trata es de
saber si funciona, y cómo y para quién. Es una máquina. No se trata de releer,
habrá que hacer otras cosas. Es un libro hecho gozosamente, No nos dirigimos a
quienes piensan que el psicoanálisis sigue el camino correcto y tiene una visión
apropiada del inconsciente. Nos dirigimos a quienes piensan que es monótono,
triste, como un runrún (Edipo, la castración, la pulsión de muerte, etc.). Nos
dirigimos a los inconscientes que protestan. Buscamos aliados. Tenemos gran
necesidad de aliados, Tenemos la impresión de que nuestros aliados están ya por
ahí, que se nos han adelantado, que hay mucha gente que está harta, que
piensan, sienten y trabajan en una dirección análoga a la nuestra. no se trata
de una moda, sino de algo más profundo, una especie de atmósfera que se respira
y en la que se llevan a cabo investigaciones convergentes en dominios muy
diferentes. Por ejemplo, en etnología. O en psiquiatría. O el trabajo de
Foucault: aunque no practicamos el mismo método, tenemos la impresión de coincidir
con él en multitud de puntos, esenciales a nuestro modo de ver, del camino que
él trazó antes que nosotros. Es verdad que hemos leído mucho, pero un poco al
azar. Nuestro problema no estriba en un retorno a Freud o a Marx. No es una
teoría de la lectura. Lo que buscamos en un libro es el modo en que abre el
paso a algo que escapa a los códigos: flujos, líneas activas de fuga
revolucionaria, líneas de descodificación absoluta que se oponen a la cultura.
Incluso para los libros existen estructuras, códigos y ataduras edípicas, tanto
más solapadas por cuanto no son figurativas sino abstractas. Lo que nos ha
llamado la atención de los grandes novelistas ingleses y americanos es ese don
del que los franceses casi siempre carecen, las intensidades, los flujos,
libros-máquinas, libros para ser usados, esquizolibros. Tenemos a Artaud, y la
mitad de Beckett. Quizá se reproche a nuestro libro el ser demasiado literario.
pero estamos seguros de que este reproche procederá de profesores de
literatura. Acaso tenemos la culpa de que Lawrence, Miller, Kerouac, Burroughs,
Artaud o Beckett sepan más acerca de la esqui-zofrenia que los psiquiatras y
los psicoanalistas?
-
Pero ¿no se arriesgan ustedes a un reproche más serio? El esquizoanálisis que
proponen es, de hecho, un anti-análisis; en consecuencia, se les podría
reprochar que valoran la esquizofrenia de manera románt1ca e irresponsable; e
incluso que tienen tendencia a confundir al revolucionario con el esquizo.
¿Cuál sería su actitud ante estas posibles críticas?
G.
D.- F. G.- Sí, una escuela de esquizofrenia sería una buena idea. Liberar los
flujos, ir siempre un poco más lejos en el artificio: el esquizo es el que está
descodificado, desterritorializado. Dicho esto, no se nos puede responsabilizar
de los disparates: siempre hay gente dispuesta a esgrimirlos (véanse los ataque
contra Laing y la anti-psiquiatría), Hace poco se publicó en el Observateur un
artículo cuyo autor (un psiquiatra) decía: doy muestras de mi valor al
denunciar las corrientes modernas de la psiquiatría y la antipsiquiatría. Nada
de eso. Lo que él hacía más bien era escoger el momento adecuado en el que la
reacción política se atrinchera contra toda tentativa de cambio en el hospital
psiquiátrico y la industria del medicamento, Siempre hay una política tras los
disparates. Nosotros planteamos un problema muy sencillo, similar al de
Burroughs frente a la droga: ¿se puede alcanzar la potencia de las drogas sin
drogarse, sin autoproducirse como un loco drogado? Con la esquizofrenia pasa lo
mismo. Por nuestra parte, diferenciamos, de un lado, la esquizofrenia como
proceso y, de otro, la producción del esquizofrénico como entidad clínica
apropiada al hospital: ambos están en proporción inversa, El esquizofrénico del
hospital es alguien que ha intentado algo y ha fracasado, que se ha derrumbado.
No decimos que el revolucionario sea esquizofrénico. Decimos que hay un proceso
esquizofrénico de descodificación y desterritorialización cuya conversión en
producción de esquizofrenia clínica sólo puede ser evitada por la actividad
revolucionaria, Planteamos un problema que concierne a la estrecha relación que
existe entre el capitalismo y el psicoanálisis, por una parte, y entre los
movimientos revolucionarios y el esquizoanálisis, por otra. Paranoia
capitalista y esquizofrenia revolucionaria, por así decirlo, pero no en el
sentido psiquiátrico de estos términos sino, al contrario, a partir de sus
determinaciones sociales y políticas, de las que sólo bajo ciertas condiciones
se deriva su aplicación psiquiátrica. El esquizoanálisis tiene un solo
objetivo, que la máquina revolucionaria, la máquina artística y la máquina
analítica se conviertan en piezas y engranajes unas de otras. Si, una vez más,
consideramos el caso del delirio, nos parece que tiene dos polos, un polo
paranoico fascista y un polo esquizo-revolucionario. No deja de oscilar entre
ambos polos. Esto es lo que nos interesa: la esquizia revolucionaria por
contraposición al significante despótico. Por otra parte, no merece la pena
contestar de antemano a los disparates, ya que son imprevisibles, como tampoco
la merece luchar contra ellos cuando se producen. Es mejor hacer otras cosas,
trabajar con quienes van en el mismo sentido. En cuanto a la responsabilidad o
la irresponsabilidad, nada. Sabemos de tales nociones: se las dejamos a la
policía y a los psiquiatras de los tribunales.
Publicado por Jeannine
Zambrano y en Buenos Aires por la poeta Leonor Silvestri en
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