jueves, 18 de marzo de 2010

Historia sin moraleja.


 

Metodología del Abandono.

Don Arsenio me trae sutiles recuerdos.  La mano temblorosa y la carne quemada son símbolos de su existencia.  Su vida fue una desgracia, como la de todos.  Pero el tuvo el desgano, y el desprecio que pocas personas han merecido. Por eso lo recuerdo con nostalgia, con un pesar distante, carente de compromiso.  Ahora  que esta muerto la repugnancia le da algo de aire a  la  compasión e inclusive lamento su muerte.

Don Arsenio era un viejo  arrugado, cabizbajo, nervioso,  de mirada tímida, actitud sospechosa y modales silenciosos. En el barrio era un prestamista moderado, extremadamente avaro, que no perdía oportunidad para granjearse un deudor. Creo que lo conocí desde siempre, pues mi mama solía pedirle constantemente dinero prestado.  A veces venia aquí por una taza de café,  y aprovechaba para cenar a cuestas de nosotros.  Otras veces reunía monedas de la más baja denominación y venia aquí por un cigarrillo. Cuando pasaba el dinero, sus manos temblaban.

— ¿si le duele tanto gastar la plata, por que no deja de fumar? — Solía decirle mi madre.

Y el respondía con un gesto de reproche, mientras su rostro, siempre nervioso, se adentraba en la paz de la nicotina. Su olor  era el de un sudor rancio, incisivo. Yo no soportaba estar a su lado, y mi madre desconfiaba de su efusividad por los niños. Jamás se había casado. Algunos lo juzgaban homosexual y otros un pedófilo. Pero nadie decía nada, pues todos, de algún modo, debían su dinero, y el dinero en aquel lugar estaba siempre por encima de todo.

Un día, armado de una escalera, cableado de fibra y pinzas, decidió robar  televisión por cable,  pues no tenía intenciones de pagarla. A duras penas y  gastaba dinero en comida. El suyo era un televisor viejo, que jamás vi encendido.  Aquella noche, los vecinos afirmaron que perdió su acostumbrada timidez y se comportó como un gato callejero en el tejado frente a su casa. Por primera vez temerario, por primera vez loco, no tuvo reparo en colgarse, romper, pero cometió un error de cálculo y  al pinchar los cables estrelló su cuerpo contra las cuerdas de energía eléctrica y dejó al barrio entero sin electricidad.  Nadie dijo nada por que todos le debían dinero. Incluso la policía omitió el respectivo procedimiento. Don Arsecio no sufrió ninguna quemadura, porque no tenía contacto con el suelo. Pero en su mirada se reconocía el gesto inevitable de quien no ha aprendido la lección.

Así que al día siguiente intentó de nuevo su “crimen inocente”, como lo calificó el comisario municipal de policía.  Esta vez consiguió una escalera mas segura, que  ató a las cuerdas que creyó  desconectadas.  Se equivocaba. Ya arriba, accidentalmente, toco una, y la energía lo arrojó  contra el vacio, mientras su cuello estaba enredado en el cable de la televisión.  Murió ahorcado.

Lo extraño es verlo ahí (recordarlo)  mientras el pueblo entero  ignoraba su muerte, su descomposición, la dulzura de su carne putrefacta, que bajaron varios días después, asqueados por la hinchazón y los gallinazos.  Lo quemaron, liberados, en el centro del pueblo. Este fue el más inocente de los homicidios. Utilizaron para encenderle fuego, miles de letras, contratos de deuda.

Era tanto dinero, que el fuego duró toda la noche...

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