Para el occidental contemporáneo, incluso cuando se encuentra bien, la muerte constituye un ruido de fondo que invade el cerebro cuando se desdibujan los sueños y los deseos. Con la edad, la presencia del ruido aumenta; puede compararse con un zumbido sordo, a veces acompañado de un chirrido. En otras épocas el ruido de fondo lo constituía la espera del reino del señor; hoy lo constituye la espera del reino de la nada. Así son las cosas.
Michel Houellebecq—las partículas elementales.
Es un día lluvioso—los días lluviosos abundan—desde hace un rato atormento mis oídos con la voz Tania libertad, interpretando Casta Diva de Bellini. Bostezo frecuentemente. La música se hace cada vez más ligera y empiezo a adormecerme. Son casi las cuatro de la tarde y la luz se filtra mal por retazos de la ventana. En medio de aquella quietud, escucho cuatro golpes provenientes de la puerta. Créeme; imaginé que eras tú. Al abrir te veo frente a mi, defendida por un paraguas, vestida con la sobriedad de una mujer madura. Sonríes con algo de nostalgia. Con comodidad te devuelvo la sonrisa. Tú te inclinas para protegerte con mi techo y sacudes tu cabello empapado. Algunas gotas del agua que antes te mojaban caen sobre mi rostro.
— ¿puedo pasar?
Sonrío y te digo que si con un movimiento de cabeza. Te invito a la sala, una habitación decorada con un gusto exageradamente sobrio, y te pregunto si deseas beber algo.
— ¿que tienes? —dices, frotando tus manos antes de sentarte.
Pienso un segundo. Mi memoria falla. Necesito cafeína.
—Café—mientras lo digo recuerdo que esta frío— creo que algunas gaseosas, y una variedad ilimitada de tes y aguas aromáticas.
—Eso suena espantosamente "New Age"—dices— ¿no te parece poco acorde a tu modo de vida?
Hago una mueca que trata de inspirar condescendencia.
—creo que tengo derecho a tener un par de cucarachas en la cabeza, ¿no crees?
Sonríes.
— ¿tienes té de mandarina?
Me levanto en dirección a la cocina.
— ¿te molestaría esperar un par de minutos? —Digo— No tengo lista el agua caliente. También prepararé para mí té negro.
Afirmas. Te quitas la chaqueta y luego te inclinas sobre el equipo de sonido. Disminuyes el volumen a un grado humanamente aceptable.
— ¿te gusta la opera verdad? Es la tercera vez que vengo aquí y siempre escuchas algo parecido —preguntas, mientras ojeas la carátula del álbum que suena.
— En realidad no—miento— alguien me prestó ese trabajo, para que opinara sobre la voz de aquella dama. Es una cantante Mexicana. En realidad es más folclórica que otra cosa, y decidió probar con un nuevo sonido. No sé porque pensó en la opera.
— ¿y que opinas?
— me da igual. —Sirvo el agua caliente en tazas de color blanco y te entrego una— Los entendidos dicen que auque su voz es buena, no es apropiada para movimientos tan intrincados. Sin embargo logra simpatizar. Supongo que se metió con la opera para eso; para demostrar su competencia.
.
Tomas con algo de prisa tu taza; deseas calentarte. Te sorprende la cantidad de azúcar que sirvo en la mía. Noto que por un instante tu mirada se hace vaga, perdida en medio de la débil columna de vapor que sube frente a tu rostro Por un instante espero un reproche, pero noto que te arrepientes de hacerlo.
Afuera, el susurro de la lluvia se hace más lento. El agua se desliza por el tejado y cae al suelo haciendo un sonido agudo. La música guarda una sincronía visual con nuestro escenario. Pronto el Cd de Libertad le abre paso a Ashes Divide.
—Es un cambio inesperado— comentas con la taza de té cerca a tus labios.
— amiga mía; todo en la vida es inesperado.
— me enteré que estabas enfermo.
Sonrío.
— te acepto que mi salud siempre ha sido débil, y que sufro de algunos males desde toda mi vida, pero justo ahora nada me duele. ¿Quien te dijo algo así?
Noto que te sonrojas.
—bueno, nadie me lo dijo en realidad. Solo lo soñé.
Suena "The stone" de Ashes Divide. La lluvia recobra energía. Afuera el viento empieza a volverse mas violento y apresurado, y el agua empieza se amontona en los bordes del pavimento.
—debe sonar raro, ¿no? En realidad vine para contarte mi sueño —agregas.
—debo aceptar que es una historia rara.
—Bien—dejas la taza sobre la mesita de estar. Respiras hondo—Voy a contártelo; escucha. No te burles y por favor, no me interrumpas. Soñé que visitaba tu casa, y llegaba a tu cuarto. En mi sueño tu casa tenía esa apariencia bizarra y medio viejonga de las casas coloniales. Era blanca, con decorados verdes hechos en vinilo. Era un cuadro pintoresco. Tu abuela habría la puerta y me saludaba con frialdad, me observaba de reojo. "buenos días, doña Olga, vengo a visitar a Oscar, ¿se encuentra disponible?" decía yo, pero ella no respondía. Apenas y me observaba. Hacia un gesto glacial indicándome que la siguiera, y caminó por un pasillo extenso adentrándose en la casa, hasta una habitación iluminada por una anticuada bombilla amarilla. No te imaginas lo rápido que olvidé ese recorrido. En el centro de la casa había un jardín hermoso, lleno de flores de todos los colores y tonalidades absurdamente vivas. Creo que sentí instantáneamente que aquellas flores tan hermosas debían tener algo profundamente perturbador detrás de sus bonitos colores. Quizás eran carnívoras.
Tomas tu taza y bebes un sorbo
—atinaste. Me encantan las flores carnívoras—digo yo— En casa de mis abuelos no había un jardín así, hasta la parte trasera de la casa.
—La habitación donde estabas metido parecía la habitación de un anciano—continuas, mientras retomas tu postura de comodidad en mi silla— era oscura, mal iluminada, hay un montón de pieles y cabezas de animales disecadas en las paredes, y sobre un armario de madera parda, descansaba un cuerno dorado, de algún animal extraño. La luz del bombillo parece multiplicada por el brillo del cuerno. Es un objeto hermoso—dices, rascándote la barbilla—mira que lo recuerdo perfectamente. Me distraje tanto observándolo que por un momento olvidé que estabas ahí, a punto de morir.
—describes la habitación de mi abuelo. ¿Quieres más té? Salvo la ausencia de los libros, todo lo demás era tal y como lo describes.
—había montones de libros, si, eran todos de lomo café, y podían observarse letras doradas. Todos lucían antiguos.
—Era su colección de literatura clásica—digo a la defensiva— no pienses que él leía otra cosa. De pequeño hacia construcciones con tostoi y con Sthendal para mis juguetes. Castillos enormes con ladrillos como el quijote y guerra y paz les daban protección a mis figuras de acción, donde Caballeros del zodiaco y power rangers se disputaban el dominio de las tierras baldías de la cocina.
Reímos.
— ¿pero como pude saber yo todos esos detalles de un lugar que no conozco?
— es muy sencillo.
Me levanto y subo las escaleras. Tú te quedas abajo, impresionada por un montón de ideas inconectables. Dos minutos después bajo con un álbum infantil.
— ¿recuerdas que una vez te lo mostré? Te burlaste de mi trajecito amarillo, y de mi fotografía disfrazado de payaso.
—si; es que te vez chistosísimo… ¡pareces un niño bueno!
— mira esta fotografía. Recuerdo que te gustó.
Le paso el álbum, indicándole una página y una posición. En una fotografía estoy en la habitación de mi abuelo, hablando por teléfono sobre una silla de tela amarillenta.
— ¿vez? —te digo, mientras cierro el álbum y te sirvo un poco más de té— es la habitación de tu sueño; la grabaste inconcientemente.
No pareces convencida.
—sin embargo me desconcierta, te lo juro. Estabas en esa cama, vestido como un viejo Gentleman, con un trapo que te ataba la cabeza, y sudabas copiosamente. Un leve manchón de sangre casi seco cubría una de tus mejillas. Lucias pálido; unas sombras enormes apagaban tus ojos. Tu respiración era difícil. Parecía que agonizabas. Yo me acercaba a tu cama y te decía "hola, supe que estabas enfermo y quise venir a visitarte. Fue difícil encontrar la dirección; no me preguntes como la conseguí. Aun más difícil fue venir desde Bogotá hasta aquí. Si me fui sin despedirme es porque tenía cosas importantes que hacer. Lo siento. Dime, ¿como estás?"
— ¿y yo que respondía?
—te levantabas en silencio, con dificultad, pues te costaba trabajo mantenerte en pie. Tu mirada parecía completamente perdida. Por un momento me sentí intimidada por tanto silencio. Luego me gritaste, me dijiste que todo había sido culpa mía, que yo era la responsable de tu enfermedad. Me dijiste cosas espantosas. Me decías que me odiabas, y que yo era lo peor que te había sucedido en la vida.
—suena horrible.
— Y lo fue—dices, te levantas y te acercas a la ventana— yo pensaba "¿y a este imbecil que le sucede?" no creía posible que luego de venir a visitarte, de preocuparme por ti y esas cosas, me pagaras así. Claro que recordé aquello de que algunas personas respondían de manera violenta a los estímulos luego de operaciones complicadas y de la quimioterapia, cuando tenían algún problema cerebral. Sin embargo no soporté el deseo de largarme y dejarte ahí tirado, y no volver a saber de ti en mi vida.
—no se que decir— confieso, con una sonrisa algo triste— creo que me siento culpable.
— ¿por que? — preguntas sorprendida.
— por mi espantoso comportamiento contigo.
Liberas una enorme carcajada
— no seas bobito ¡solo era un sueño! pero déjame terminarlo. Yo salía de tu habitación, furiosa, y me perdía en tu casa, pues no encontraba la puerta. De repente el pasillo tenía mil puertas y cada puerta su pasillo; tu casa se convirtió en un laberinto. Tu abuela no aparecía por ningún lado. Empecé a sentir esa horrible sensación de desesperación cuando sabes que estas atrapado. Que no hay forma de evadir. Sin saber como, terminé de nuevo frente a la puerta de tu habitación, solo que la luz ya no estaba encendida. Un instante dudé e imaginé que estaba en otro lugar. Pensé dos veces antes de entrar de nuevo, pues creí que de nuevo me insultarías como lo habías hecho un rato atrás.
— no dejo de sentirme un cretino absoluto.
— y lo eres, pero ¡déjame continuar!, ¿si? A la final entré, y estabas en el mismo sitio, solo que te cubría una sabana blanca. Creí inmediatamente que estabas muerto. Pero no, solo dormías. Te desperté con un movimiento suave en tu hombro. Estabas sin camisa.
— ¿y aun se notaban mis temporadas de gimnasio? —pregunto, con una sonrisa bromista
—la verdad te mirabas chonchisimo, flácido y gordo. ¿Tú acaso ibas al gimnasio? — devuelves mi pregunta con el mismo sentido de broma.
—Por recomendación médica, lo hice durante mi adolescencia—aclaro, tocando mi brazo derecho— ¿Tenía que hacer algún deporte, no crees? De otro modo de verdad seria chonchisimo. Así me libré del asma que por Nerd sufrí de pequeño. Volví hace unos dos años para recuperar la movilidad de mi brazo derecho luego de mi accidente. No hago nada relativo a explotar de manera catastrófica todos los músculos de mi cuerpo. Solo voy para no oxidarme demasiado. Los chicos fuertes se burlan de mis afeminados ejercicios terapéuticos con una diminuta pesa de 10 libras. Pero continúa; tengo curiosidad.
— te despertabas. Tu actitud cambiaba completamente.
— me alegra dejar de ser imbecil.
— no solo eso, me pedías disculpas, me decías que lamentabas tu actitud y que me querías a tu lado. Luego, me pedías que me casara contigo…
—no puedo creerlo, ¡hasta en sueños tengo esa loca costumbre!
— ¡cállate!, ¿quieres? Yo no sabia que decir. Por un lado pensaba "tengo solo 15 años, no puedo casarme, y de repente tu familia aparecía, y todos nos observaban con cara de conmovidos, decían "tan bonitos, se ve que se quieren"
— ¿y tu aceptabas?
—si. Unas tías tuyas me llevaban a una habitación y me vestían de novia. El vestido era precioso. Pero yo empezaba a sentir una fuerza extraña. Quise pasear, quise salir de la casa pero una tía tuya me dijo. "jamás saldrás de aquí" yo alegué, "me voy a casar, no pueden retenerme, ¿y mi familia? Tengo que avisarle a mis padres, a mis amigos." Pero tu tía me observaba con serenidad, casi con lastima. "no; —dijo— un hombre te ata aquí. No puedes salir. La casa no te lo permitirá"
Intenté salir, vestida de novia, tal y como puedes imaginar, pero comprendí que tu tía no se equivocaba; la casa era interminable. Las flores en un instante me resultaron asquerosas, abominables. Vagué muchísimo tiempo, y mi vestido empezó a arruinarse. Desde la sala tu familia me observaba con condescendencia, decían "algún día se cansará"
— ¿y que hiciste? —pregunté
— un montón de ideas espantosas se me vinieron a la cabeza, no te imaginas. Empecé a odiarte. Te culpé por mi cautiverio. A medida que daba vueltas por las interminables habitaciones de tu casa, me sentía cada vez más serca de la muerte. Ningún amor, ningún hombre puede remplazar a la libertad; por eso ese matrimonio me resultó abominable. Sentí que ese lugar se convertiría en mi tumba si no hacia algo.
—creo que puedo adivinar lo que hiciste.
— no tenia alternativa.
— ¿quieres más té?
Fui a la cocina por más agua caliente.
—está vez pido uno de menta—dices desde la sala— ven rápido. Quiero contarte el final de la historia.
Regreso a la sala. Continúas tu narración con el mismo sonido, afuera aun llueve.
— busque la cocina, y saqué el cuchillo más grande de todos. Luego me dirigí a tu habitación. Comprendí algo que me dijiste días atrás; el universo en realidad si tiene un sonido, Pitágoras no se equivocaba, pero creo que no es la música; en realidad es la muerte. Lo sentí antes de matarte. Sentí una extraña e intensa paz interior. Recordé cuando me hablabas del Tag y de tus ataques de ansiedad. Sentí que al matarte, te liberaba a ti también. Creo que solo los locos y los moribundos lo escuchan; por eso ese extraño sentido de miseria y humildad. Creo que el universo entero suena como una maquina de congelación; es tan intenso, tan devastador que preferimos ignorarlo. Algo parecido le pasa al olfato cuando lleva mucho tiempo acostumbrado a un mismo olor. Es un grito eterno que nos abofetea recordándonos nuestra insignificancia y brevedad, pero que generalmente preferimos no percibir. Sentí que me sumergía en él, y fue algo espantoso; nunca me había sentido tan intrascendente. Sentí que todo perdía significado y que en ese instante realizaba un acto sagrado, mecánico, inevitable. Cuando te vi muerto me sentí horrorizada, pero también me sentí aliviada. Salí llorando y me encerré en una habitación.
—nunca creí que me tomaría una taza de té con mi asesina.
— solo era un sueño, bobo, ¿quieres saber que paso a continuación?
— te escucho.
— mi vestido estaba bañado en rojo. Lloré bastante y le pedí disculpas al universo y a quien sea que lo haya creado por matarte. Luego alguien llamó a la puerta; era tu familia. Pensé "me matarán, o me enviarán a la cárcel, pero voy a aceptarlo. Debo ser responsable por mis actos" al abrir los note apesumbrados, ¿pero adivina?
— no adivino, ¿alguna parte de ti podría considerarse siquiera predecible? dime ¿Que sucedió?
—No me lo creerás; no me culpaban. Trataban de consolarme por mi pre-viudez. Me dijeron que te habías suicidado porque eras incapaz de casarte conmigo, y sonreían con tristeza. Yo no podía creer que me dijeran algo así mientras yo estaba bañada en sangre, y sostenía el cuchillo que te había quitado la vida. Entonces entendí lo que significaba todo aquello.
Guardo silencio de nuevo.
—Tu me usaste para acabar con tu vida—continuaste— fui tu instrumento. Eres demasiado cobarde para matarte tu solo, y por eso, me necesitabas. De algún modo brutal y despiadado, nuestro matrimonio había quedado consumado. Y yo simplemente había sido la artífice de tu eutanasia.
—Debo reconocer que tus conclusiones son bastante impresionantes. Yo pensaría que…
—Para serte sincera, preferiría que no te aventuraras a interpretaciones antes de que termine la historia, señor Freud—aclaras, interrumpiendo mi voz— Estaba yo frente a tu familia, y ellos me sonreían con pesadez, casi con complicidad. Pregunté por la puerta, y uno de tus sobrinos me la enseñó; estaba abierta.
—y te acercaste para irte, supongo.
— eso traté, pero al salir me di cuenta de algo. El barrio había cambiado. Ahora todas las casas eran exactamente iguales, y de izquierda a derecha, parecían sinceramente interminables. Empecé a correr pero sentí que la imagen se repetía una y otra vez como las caricaturas de los sesenta. En cada puerta había una familia observándome, y dentro de cada casa, había un cadáver muerto por mi mano. Entonces entendí que jamás podría salir de aquel laberinto.
— ¿notaste que nuestros sueños se parecen?
— ¿una mala mezcla de kafka y lovecraft verdad? Nos volvemos predecibles.
— No tiene importancia en realidad—digo, levantándome casi adormecido— Ha anochecido. Prepararé algo de comer, ¿quieres un sándwich?
Dices que si. Vamos a la cocina, conversamos de un montón de cosas mientras rebano el queso y saco algo de jugo de mandarina. El televisor se enciende.
— ¿no te había contado? Me ofrecieron una beca para estudiar ingeniería genética.
— ¿en serio? ¿Y en donde?
—En Londres, viajaría a mitad de año. Sabes que es lo que siempre he deseado…No es posible estudiar Ingeniería aquí sin limitarse al fracaso. Por eso debo viajar; es lo mejor.
—es una lastima. Me dejarás sola. Pero me alegra por ti. Te extrañaré pero me alegra por ti.
Sonrío pesadamente; tu mirada es nostálgica. Tomas un cuchillo gigante entre tus dedos; que usamos para partir huesos enormes. Lo paseas por tu mano; tus ojos brillan con una dulce luminosidad. Sonríes. Nunca antes te había visto tan hermosa.
— ¿no crees que es maravilloso cuando se cumples los sueños? —Dices, mientras acaricias la puntiaguda hoja con la yema de tus dedos.
POr; Oscar corzo y Laura Ruiz
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