miércoles, 14 de enero de 2009
Monologos De la locura.
Deux Ex Machina
Personajes.
Oscar Corzo
Alter Ego
Visitante
enfermeros.
Alter Ego entra a escena, con una mirada fastidiada y los nervios alborotados, vistiendo un impecable traje de Marinero. Grita y mueve los brazos de manera amenazante mientras sostiene una paleta de dulce en su mano derecha. Está furioso. Su rostro está rojo de ira.
A.E—mira que eres idiota, Oscar; comienzas el texto sin saber que decir. ¿Crees que tengo tiempo que perder? A diferencia de vuestra vida rumiante y empolvada yo tengo mucho que hacer, mucho que decir. Y que molesto tu papel de imitador de Zola colocándome como un imbecil admirante Suizo... ¿quieres pelear imbecil? Eres un ser repugnante, ¿me oíste? ¡Repugnante!
Se adentra en el escenario y aparece frente a él una mesa móvil. Sobre ella hay un termo metálico y varias tazas para café. Toma una. Sus manos tiemblan.
VIS— (sentado frente a Oscar Corzo, con expresión incomoda) discúlpame si soy inoportuno, no sabia que tenias visitas familiares. Creí que estábamos aquí para una terapia siquiátrica.
O.C— (sonriendo) lo estamos amigo, lo estamos. De hecho, él es parte crucial de nuestra terapia. El marinerito participará e incluirá sus propias divagaciones. Vera usted, me parecía aburrido escribir una historia con dos elementos lineales y parcamente comunicativos, como es (debo aceptarlo) mi obsoleta costumbre. Así que lo introduje a él. No tengo experiencia, así que entenderás que a eso se deben los diálogos teatrales. Son más sencillos, más prácticos. Al parecer alguien ya se adentró en el argumento conflictivo…y verá, yo en realidad no estoy tan loco. El loco aquí es él. ¿No lo ve? Si usted desea curarme, debe empezar por el primero.
A.E— no me importa lo que hagas, muérete si se te da la gana, ¡yo no soy tu juguete! ¿Comprendiste? ¡Muérete y déjame en paz! ¡Me largo de aquí! (regresa a su taza de café. Aun le tiemblan las manos)
O.C— no puedes irte (se levanta y sonríe con animo burlón) eres un invento de mi imaginación. Estas condenado a estar donde yo este.
VIS— (acomodando sus lentes sobre la nariz) este de verdad es un caso interesante. Así que usted (dirigiéndose a Oscar Corzo.) cree que escribe una historia ahora mismo en la que el señor y yo somos personajes y él (señalando a alter ego) se cree un personaje de su trama. ¿Es así o me equivoco? ¿El señor es su hermano? Tienen un notable parecido.
O.C— (riendo) podría decirse que es mi gemelo, solo que la molesta tarea de existir es exclusivamente mía. (Dirigiéndose a alter ego) ¿Podrías servirnos una taza de Café?
A.E— señor Visitante, disculpe mi falta de hospitalidad ¿el suyo con o sin arsénico?
VIS— (riendo de manera insegura) es usted un bromista, ¿señor…? Preferiría el mío sin arsénico. Si mi memoria no me falla no me ha dicho su nombre.
A.E— llámeme alter ego.
VIS— (sorprendido) ¿Alter ego?
A.E— si, si, no me mire con esa cara; fue la invención de un humorista llamado Sigmund freud. Desde entonces no he cambiado de nombre. ¿Sabe? Soy muy famoso.
VIS— (secándose el sudor de la frente) sé que es un alter ego.
A. E— por supuesto, usted es siquiatra, ¿no? Si no lo sabe dudaría de su titulo y de su inteligencia.
VIS— sé perfectamente que es un Alter Ego, pero le aseguro que es imposible que usted sea el alter ego de Oscar Corzo.
A. E— no crea que me siento orgulloso de ese titulo. Pero lo soy.
VIS—para ser el alter ego de oscar corzo, usted tendría que estar en la cabeza de oscar corzo. No afuera, ¿entiende? Él esta ahí sentado y usted esta aquí, hablando conmigo.
A. E— (riendo a carcajadas) señor siquiatra, usted definitivamente es tonto. ¿No se da cuenta donde estamos?
VIS—estamos en la clínica siquiátrica de la ciudad de Neiva, y yo soy el director. Ustedes dos están internos aquí, bajo mi cuidado, por que tienen ideas un poco estrafalarias en la cabeza.
A. E— díselo Oscar (dirigiéndose a O. C, que bebía café ruidosamente al otro lado de la habitación mientras se hurgaba los oídos) dile que él también es un invento de tu imaginación. Dile que escribes esta historia y que estamos en tu cabeza.
O. C— ¿me dices algo? Discúlpame. Estaba muy distraído.
A. E— el señor siquiatra no quiere comprender que en realidad nos inventastes a todos. Es incapaz de entender que no existimos.
O. C— déjalo; yo lo hice con un escepticismo poderoso. El pobre ni siquiera sabe que en Neiva no hay clínicas siquiátricas. En Neiva, de hecho, hay solo cuatro casas y una parroquia (Regresa a su café, y a sus oídos)
VIS— ustedes de verdad son un caso muy particular. (Saca una libreta de su chaqueta, y toma algunos apuntes)
A. E— se lo probaré. Sé como probárselo. Por favor, asómese a la ventana.
El visitante se dirige a la ventana y ojea el oscuro cielo de una noche despejada.
A. E— ¿que vio afuera?
VIS— el cielo azul, algunas estrellas, algunos árboles.
A.E— no, tonto, esas no son estrellas, son los agujeritos que dejan los cabellos de la cabeza cuando se caen. ¿Ve? Por ahí entra luz
O.C—diablos. Esta noche estrellada demuestra que me estoy quedando calvo.
VIS— si usted esta escribiendo esta historia, señor oscar, ¿sabe que sucederá a continuación?
O.C— no conozco los detalles, pues a pesar de que escriba la historia voy descubriéndola al tiempo que lo hacen ustedes. Pero tengo una idea de lo que va a pasar al final.
A. E— si doctor; Oscar va a matarlo.
VIS— ¿a matarme?
O.C— como escuchó. ¿No le parece extraño que en esta habitación no haya nada diferente a estas sillas estilo Luis XVII y esa mesa con café? ¿Que clase de director es usted, al permitir que dos pacientes con una neurosis evidente beban café a estas horas de la noche?
VIS— le confieso que no sé que decir, pero eso no implica que…
(Oscar Corzo saca un arma de su pijama. Apunta contra el visitante)
VIS— (nervioso y escudándose detrás de Alter Ego) ¿de donde demonios sacó esa cosa?
A. E— le dije que estamos en su cabeza. Él puede hacer aquí lo que quiera.
VIS— por favor, no pierda el control señor oscar, usted necesita ayuda, yo puedo ayudarlo, ¡no dispare!
O.C—no tema, doctor; usted no morirá. Yo dispararé y la bala atravesará su cuerpo. Pero no morirá. Entonces tendrá que creer en mí.
Oscar dispara, pero falla. En vez de herir al medico, hiere a Alter Ego. Este cae muerto instantáneamente.
VIS— (conmocionado) ¿ve lo que ha hecho? ¡Usted esta loco! ¡Esta enfermo! ¡Enfermeros, por favor, vengan, apresúrense! (el ruido de un montón de hombres golpeando la puerta se hace sentir) ¡Este demente ha matado a su hermano…!
O.C— (impactado, en estado de shock) no, esto es imposible, nada de esto está pasando… (Apuntando contra el medico) ¡Usted me engaño maldito farsante!
VIS—claro que esta pasando, ¡mire lo que ha hecho!, es responsabilidad suya, yo no lo he engañado. Esta es la realidad, mire la sangre, vea el cuerpo. Esta muerto. Nunca vivirá de nuevo. Así lo imagine, así pretenda despertarlo, así se crea un maldito dios de pacotilla. ¡Déme esa maldita arma!
Los enfermeros se aglutinan en la entrada de la habitación. Pero ninguno se atreve a pasar.
O.C— (sonriendo, como si recordara algo) no se preocupe, doctor, yo sé como acabar esta historia. Yo sé como hacer que Alter Ego vuelva a vivir de nuevo.
VIS— (visiblemente asustado) por favor, ¡no lo haga! Yo puedo ayudarlo, ¡no dispare!
Pero Oscar no lo escucha. En un segundo toma el arma, introduce el cañón en su boca y hace fuego. Los enfermeros y el visitante se cubren el rostro de espanto, pero al descubrir sus ojos, lo ven aun de pie, con el rostro bañado en sangre.
O.C— (Apenas se entiende lo que dice. Su boca escupe sangre en cantidades exageradas y la mitad de la mandíbula cuelga de su cara) ¿lo ve doctor? ¿Ve que tenía razón?
Inmediatamente cae muerto.
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