viernes, 16 de octubre de 2009

Corazon roto.





Yo podría jurar que vi a una chica quitarse la cabeza, pero no necesito hacerlo, porque muchos fueron testigos junto a mí. El acto, lejos de divertir, entristecía; era una rareza similar a la lluvia de perros, que al caer se torcían el cuello. Desde el principio intuí que su único destino era la tragedia, y sin embargo, estuve ahí esperando el desenlace fatal, con una expresión insana de amor fetichista. Fui inevitablemente fiel a su desgracia. Me sentí conmovido y enamorado por su tristeza, y estuve ahí, observándole, disfrutándole, hasta que todo acabo. Recuerdo perfectamente la fecha; diez de abril.

 

 Era una artista del circo. Parece extraño afirmarlo, pero los circos aun existen. Son rezagos de diversión olvidada, con los que los niños aun sueñan, sin intensiones realmente profundas. A la final Terminan horrorizados por la jirafa enferma, pro el león casi calvo, marchito y delgado. Animales enjaulados, sobreviviendo con desperdicios, condenados a recorrer el mundo sin poder huir de una jaula. Es un espectáculo tan parecido a nosotros, que asusta. Y los niños terminan tristes, y eso les fascina. Los payasos, curiosamente, aun dan risa, pero esta es inversa a sus pretensiones. La gente se ríe de su tristeza, de sus pantalones rotos, de su miseria. La risa también es inversa, pero a un grado que nadie entiende. Nuestros circos parecen espejos retrovisores; objetos que uno quisiera a veces romper para seguir adelante, y destruirlo todo con tranquilidad.

 

 La chica de la que les hablo es (o para ser mas especifico, solía ser) particularmente hermosa.  Era alta, morena, de rostro ligero, juvenil. Las mujeres en el circo sintieron un poco de envidia, intimidadas por esa belleza seductora e indescifrable, pero la tensión inicial desapareció pronto. Cuando la chica se acercó a la luz,  adivinaron el surco de lágrimas constantes y adoloridas que se derramaban por sus mejillas. El suyo era un rostro triste, tan hermoso como triste, así que sintieron compasión. Alguna trató de convencerla de que su bello rostro le podría traer un mejor futuro pero la chica insistió en que deseaba ser un fenómeno. El director de circo, con una expresión excesivamente caballerosa, le preguntó que podía hacer.  Para sorpresa de todos, respondió.

 

—Puedo quitarme la cabeza—susurró. Algunos tomaron la frase como un chiste, pero las ganas de reír desaparecieron. En el rostro de la chica no existía emoción alguna.

 

El director del circo, con expresión incomoda y arrogante, contestó.

 

— demuéstralo.

 

Todos esperaron un espectáculo bochornoso. Algunos, arrojaron sobre el director duras miradas de desaprobación. Nadie esperaba que, efectivamente, la chica pudiese quitarse la cabeza.

 

Lo hizo con delicadeza. Tomo entre sus mano derecha el mentón y con la otra sostuvo la parte de atrás. La levanto suavemente, como si destapase una botella. Solo un delgado hilo de una membrana verde y morada se extendía por el espacio vacío entre la chica y su cuerpo.  Al ver el rostro de sorpresa y pánico general, sonrió. Articulo algunas palabras que fueron incomprensibles.  Su traquea, o mejor dicho su pecho, arrojo al aire un silbido mudo.

 

Fue aceptada. Nadie hizo preguntas sobre su pasado, pues era la extraña norma del circo, que los alejaba y unía al mismo tiempo. La chica tuvo poca suerte con los niños, pero su belleza y su truco hicieron que se ganara el favor de los adultos. Aprendió a hacer alabares durante las funciones  infantiles, y en las noches, solo para adultos, se quitaba la cabeza. Nunca podía hacerlo por más de dos minutos.  Repetía incansablemente un ritual ahogado, desesperante pero adictivo. Usaba su cabeza como una muñeca maltratada. La acariciaba  entre sus brazos, rozando sus propias mejillas con nerviosismo. La música que la acompañaba, demasiado caricaturesca, contrastaba con las expresiones de su cuerpo. La vi en aquel entonces durante una semana seguida (tan impresionado quede, que hasta soñaba con ella) intuí que aquel acto de desprendimiento tenia un limite de tiempo, pues ella lo hacia por lapsos cortos, y su rostro se enrojecía a medida que el tiempo avanzaba.  Llegaba hasta una tonalidad púrpura, que acentuaba los rasgos mulatos de su piel. Traté de hablar con ella, pero siempre fue imposible; era protegida por todo el circo, protegida como una joya invaluable y quebradiza.  

 

Escuché muchos rumores. Escuché que un hombre la había engañado, y por eso había perdido la cabeza. Solo un hilo diminuto la única con la vida y con las sensaciones. Solo un hilo la mantenía viva, pero su tristeza y su soledad eran enormes, y ella, noche tras noche, se ahogaba en llanto. Otros decían que había perdido un hijo.

 

Cuando el circo se fue del pueblo, pensé unirme a ellos, o sencillamente, seguirles por mis propios medios. Fue una decisión difícil.  Me tomaron una semana de ventaja mientras yo hacia mis preparativos, o aprendía trucos para divertir, para a su lado, ganarme el pan de cada día;  averigüé por amistades que no habían ido muy lejos. Impresionaban a una población vecina con la chica sin cabeza. Donde iba, era una sensación estremecedora. Su nombre empezaba a perfilarse como el de una diva de la monstruosidad

 

Llegué el viernes y acudí a la función de las seis. El circo estaba lleno. Todos esperaban el prodigio; pero ella no apareció. El maestro de ceremonias se disculpó, acusándola de enferma. La desilusión general fue extensa, y recorrió la multitud como un bostezo helado. Junto a la diva, todo el circo parecía superficial, un relleno innecesario. Me disponía a desaparecer desilusionado (no sin pensar antes la vana idea de escabullirme entre los cirqueros y visitarla en su camerino)  pero ella apareció radiante, pero con los ojos enmohecidos. Se acercó al centro de la carpa, y con una voz profunda, como nunca antes nadie le escuchó, dijo.

 

—Yo se que estas aquí, pablo, te vi entrar. O tal vez—dijo, levantándose el pelo y arrojándolo hacia atrás—solo vi una alucinación. Suele pasarme. Soy Maria, no se si me recuerdes ya. Esta noche será para ti; quiero que me veas.

 

Poniéndose sobre la mirada expectante de la multitud, extrajo de un acto argollas enormes, y una bandera. Sin más miramientos, se abrió el pecho, y extrajo de él su corazón. Jugueteó con el con la gracia de una danza, con una sutileza, con una belleza jamás vista e imaginada. Pero el corazón estaba roto; goteaba demasiado. Hoy creo que trató de evitar su muerte, por que en el último instante, trató de encajar ese músculo perforado en su pecho, pero no pudo hacerlo porque su cuerpo ya no era el mismo. Su cuerpo, encrudecido por el rechazo, soportó que perdiera la cabeza, pero no pudo vivir mucho sin su corazón.  

Aquella diva, con nombre desconocido, fue un evento especial para mí. Yo aun en medio de mis noches de tristeza, junto a la ventana, ebrio de insomnio, la recuerdo con devoción.

 

 Oscar corzo.

No hay comentarios: